Quién es Vir Sanz, la autora de Me hace bien escribir y diario no íntimo

¡Hola! ¿Cómo estás?

Soy Vir y me alegra que quieras conocer más sobre mí.

Debo reconocer que durante mucho tiempo me costó hablar de mi. No de mi historia, para eso tengo hecho un doctorado. Pero decir mis virtudes o defectos no era lo que mejor me salía. En parte porque gran parte de mi vida no me sentí bien conmigo misma. Pero eso cambió.

Estuve años trabada en el texto “sobre mi” pero hubo un día que reflexioné. Esto no es una entrevista de trabajo en la que tengo que agradar a la persona de en frente para que me contrate. Este es mi blog, mi espacio y acá puedo ser yo y mostrarme cómo me sienta más cómoda.

Mis primeros años de vida

Amo escribir. Aprendí a hacerlo a los cinco años. Tengo un recuerdo en la mesa del living de mi Nona y una hoja blanca con un lápiz. Me decía que escriba mi nombre y yo lo hacía sin la “R” porque así lo pronunciaba a esa edad: “Viginia”. Ahora lo escribo bien pero rara vez lo hago escribiendo mi nombre completo. Es un trauma que me quedó de la infancia. Siento que me retan cuando lo dicen así.

De niña también me gustaba leer y actuar. Me fascinaba poder entrar a diferentes mundos. La emoción que sentí cuando me regalaron mi primer libro de “Elige tu propia aventura”. Me enojaba llegar a un final y volvía para atrás para elegir otra opción. Por alguna extraña razón sentía que eso era hacer trampa.

Durante el pre escolar y la primaria, cuando había un acto, ya sea por fecha patria o por cualquier otro motivo, ahí estaba yo ofreciéndome a participar. De hecho, también fui a escuela de teatro hasta las 10 u 11 (antes de mudarme de provincia). Me encantaba. Poder jugar a ser otra persona y por un momento olvidarme de todo lo que vivía en mi casa. No sé por qué de adulta no volví a tomar clases de actuación.

Los diarios íntimos fueron el lugar donde escribía libremente (a diferencia de lo que podía hacer en la escuela). Pero fue cuando tenía nueve años que cambió la forma en la que escribía. Una de mis abuelas, Gude, me contó sobre el diario de Ana Frank. Antes de que pienses “cómo le vas a contar de ese libro a una nena de nueve años”, te cuento lo que pasó: ella me vio cuando lo agarre de una biblioteca y me dijo que ese libro no era para nenas de mi edad. Yo de curiosa, le pregunté por qué y me contó que Ana era una nena que se tuvo que esconder con su familia en una guerra y que escribió un diario para contar todo lo que le pasaba y sentirse acompañada. Obvio, no me contó el final. Eso lo descubrí cuando tenía casi trece años y lloré mucho.

Al mismo tiempo, por esa época leí “El niño envuelto” de Elsa Bornemann. El protagonista es Andrés, un nene que va contando a quien el libro cómo ve la vida desde sus pocos años de vida. Pero no cuenta solo cosas lindas como me dijeron que tenía que hacer cuando me regalaron mi primer diario íntimo. Y eso también me ayudó.

En mis diarios íntimos no escribía solo las cosas lindas que me pasaban. A decir verdad, no tenía muchas cosas lindas para contar. Al contrario. Tenía muchas cosas tristes. No tuve una niñez e infancia de esas que se dicen “felices”.

– ¡Ay Vir! ¡Cómo vas a decir eso!

Y sí, ¿qué querés que diga? Lo que me tocó vivir es parte de lo que soy hoy. Lo que aprendí de lo que me sucedió, lo que rescaté, lo que deseché, lo que transformé, todo eso es parte de lo que soy. Y teóricamente este apartado del blog es para escribir sobre mi. ¿O no?

Entonces, casi de forma instintiva, en las hojas de mis diarios íntimos contaba lo que había vivido ese día y abajo imaginaba cómo me hubiera gustado que fuera. Así, por ejemplo, cuando contaba que mi padre había llegado de trabajar y, sin saber por qué, me agarraba de los pelos, abajo me animaba a escribir que me hubiera gustado que llegue, que de su portafolio saque un chocolate Jack, me de un beso y me pregunte cómo me había ido en la escuela.

Estoy segura que todo ese ejercicio de contarle a “alguien” lo que me había pasado y de imaginarme y desear otro tipo de vida fue lo que me salvó. Dicho por mi psicóloga y varias persona del área de la psicología, la escritura y esa forma de soñar con que podía en algún momento dejar de sufrir fue lo que hizo que mi psiquis no colapsará y que pueda convertirme en una persona resiliente.

Cuando tenia cinco años actué de la bruja de la bella durmiente

Con cinco años actué de la bruja de Blancanieves.
Esta foto me recuerda que aún viviendo en un ambiente hostil, hubo momentos en los que sonreía y era feliz.

Un poco más de mi historia

No tuve una niñez e infancia de esas que se dicen «felices» y se que suena terrible pero es la verdad. La primera parte de mi vida viví en un ambiente violento y sufrí todo tipo de abusos con un padre que me pegaba e insultaba casi todos los días y una madre que intentó que todo eso no me afecte, que fue superada por la realidad y vive en una fantasía diferente a mis recuerdos.

Y como si ya no era suficiente lo que pasaba puertas adentro de mi casa, el mundo exterior también fue hostil y me mostró cuán cruel puede ser con una nena y más tarde con una adolescente.

Cuando tenía diez años jugaba a tener un programa de radio. Tenía un equipo de música doble cassettera (perdón a la generación centennials que deberán googlear). En un cassette grababa y en el otro pasaba música mientras leía alguna noticia de algún diario o revista que había en la casa. Me encantaba imaginarme con hacer feliz a las personas escuchándome contar buenas noticias. Porque en mi programa de radio no se hablaba de cosas feas sino de historias que te sacan una sonrisa.

A los doce años decidí que iba a estudiar Ciencias de la Comunicación y que quería ser periodista para contar y compartir buenas noticias. Qué linda es la época en la que vivimos en una utopía, ¿no?

Mientras pasaban los años de mi adolescencia, seguía escribiendo pero ya no en diarios íntimos de colores y brillitos sino en cuadernos o agendas viejas. Y no lo hacía todos los días contando lo malo e imaginándome una versión diferente. Eran textos en los que hacía preguntas y respondía. Y en los que insultaba mucho porque estaba enojada. ¡¿Y cómo no estarlo?!

 

Diario (no) íntimo

En el 2004 me hablaron sobre Blogspot (Centennials, lo siento de verdad) y me encantó la idea de escribir y publicar mis textos. ¿Sobre qué? No sabía bien. El 10 de agosto de 2004 publiqué mi primer post. Entiendan que esto fue antes de la existencia de Facebook y el resto de las redes sociales. Así que, un poco empecé a usar el blog para responder esa pregunta que nos hace Facebook en nuestro perfil: “¿Qué estás pensando?”.

Hay días que releo los viejos posts de esa época y me dan ganas de ocultarlos porque hay errores de ortografía y gramática y abuso de los puntos suspensivos. Pero no lo hago porque son parte de mi historia y muestran mi evolución.

En los primeros años del blog no me gustaba compartir los textos que escribía sobre la tristeza y soledad que sentía por todo lo que me había pasado en la vida (y me seguía pasando). Tenía esa idea de que tenía que compartir solo cosas buenas. Que a las personas solo les interesaba entretenerse y reírse.

Cuando tenia cinco años actué de la bruja de la bella durmiente

Lago Fagnano, 10 de febrero de 2018.
Esta foto fue tomada 45 minutos después que decreté que yo también merezco que me pasen cosas buenas.

Pero hubo un día en que me animé a contar una parte de mi historia. Primero, cambié el dominio del blog para que mi padre no lo pueda leer. Sí, tenía miedo. Pero los comentarios y mensajes que me llegaron hicieron que me replanteará lo de solo compartir historias buenas.

Me encontré con personas que me agradecían por contar parte de mi historia porque así no se sentía solas. Y ahí entendí. La violencia intrafamiliar y los abusos no es algo que se cuenta. Es algo que queda puertas adentro. Entonces creces pensando que solo a vos te pasan cosas malas. Y eso te destruye. A mi me hizo sentirme un monstruo y hasta hace poco años, febrero 2018 para ser exacta, creía que no merecía que me pasaran cosas buenas.

Y compartiendo mi historia conocí las de otras personas. Ninguna es igual pero tienen puntos en común. Y, si bien la angustia por una infancia y adolescencia triste no se borrarán, por lo menos ya no me sentía sola con mi mochila.

Cuando murió mi padre me animé a publicar los textos más crueles. Escribirlos me hizo bien. Y publicarlos fue como soltarlos. Eso no significa que me olvidé de lo que viví. No, la intención de escribir no es olvidar. Al contrario, es recordar e intentar resignificar.

Cada vez que me sentaba a escribir sobre algún hecho de mi infancia o adolescencia que me dolía, al terminar me sentía un poco más liviana. Liberada. Como si tuviera una mochila de piedras y sacaba una. Al mismo tiempo me daba cuenta que la forma de escribir es diferente a la que acostumbraba a leer. Lo mío era más una charla conmigo misma. De hecho, escribo en plural muchas veces y me refiero a la Vir que habita en la mente y que no es más que la voz que la mayoría de las personas tenemos.

La escritura como una terapia de liberación

La primera vez que leí sobre la escritura terapéutica pensé “esto es lo que yo hago cuando escribo”. Y así empecé a leer libros y hacer ejercicios para seguir usando la escritura como terapia de liberación. Incluso hasta me animé a crear mis propios ejercicios. Pensados para lo que quería conocer de mí y conectar con mis emociones.

Con la escritura creativa creo mundos en los que me hubiera gustado vivir y con la escritura terapéutica libero y me conecto con mis emociones.

El 2016 fue un año muy duro para mi y todavía se me cierra la garganta al recordarlo. Durante el 2017 y parte del 2018 aprendí nuevas técnicas y herramientas para conocer y explorar tanto mi luz como mis sombras. Es algo que sigo haciendo a diario. Y un día, escribiendo una carta a mi yo dentro de 10 años salió un deseo: compartir mi historia, mis experiencias y técnicas de escritura terapéutica y creativa para que otras personas también puedan conocerlas, ponerla en práctica y reencontrarse con su niña interior, conectar con sus emociones, entender sus pensamientos y reescribir esa historia que te hizo daño.

Y de eso se trata este espacio que llamé “Me hace bien escribir“. Un espacio para compartir, para resignificar, para acompañarnos, para aprender de nosotras mismas y sentirnos bien.

En esta publicación conté por qué me hace bien escribir. Aunque es una pregunta que cada día tiene una nueva respuesta que se suma a las demás.

Mi blog personal, mi diario (no) íntimo

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¿Querés saber más de mi?

Y si llegaste hasta acá y querés conocer más en profundidad quién soy, te cuento:

 

Filosofías de vida

Veganismo

En el 2012 dejé de comer carnes por un tema de salud y en agosto 2013 opté por ser vegana. Es decir, no consumo alimentos que contengan origen animal, no uso ropa con pieles o plumas de animales, no voy a entretenimiento que exploten animales y no uso productos testeados en animales (siempre que puedo porque debo tomar medicación por resistencia insulínica y la metformina está testeada). Con esto no quiero decir que me vas a leer hablando de veganismo o diciéndote qué vos también tenés que ser una persona vegana. No, este espacio no es para eso. Pero hago la aclaración para que entiendas desde dónde escribo también. Y por supuesto, si estás buscando información y querés hablar sobre este tema, podés escribirme.

Feminismo

Si entrás a mi muro de Facebook en 2010 era la típica que decía “ni machismo ni feminismo, todos iguales”. ¡JA! En ese entonces ser feminista era una mala palabra y odiar a los hombres. Bueno, ahora hay muchas personas que siguen pensando lo mismo pero yo no. Me acuerdo que muchas personas me decían que era feminista en esa época por los pensamientos y discursos que tenía. Pero yo no me lo creía.

Con la primera marcha de Ni Una Menos en el 2016 pude acercarme al movimiento y entender mejor de qué va. Y por supuesto, no tardé mucho para identificarme como feminista. A mí el feminismo me dio herramientas para entender mejor muchas situaciones por las que viví y sobre comprender por qué actué o dejé de actuar en determinados momentos. Me ayudó a sacarme una gran carga de culpa y vergüenza y orientarla a quienes corresponde.

La palabra sororidad la pude sentir en carne propia el día que me animé a escribir en una cartulina frente al Congreso Nacional el nombre y apellido de la persona que abusó de mi cuando tenia nueve años. Me deshice en lágrimas y tenía a un montón de personas desconocidas abrazándome y dándome amor.

 

Ambientalismo

Lo primero que quiero decir es que no me gusta ni estoy de acuerdo en el termino “medio ambiente”. ¿Medio que? ¿Medio para explotar, para usar, para destruir? Porque aparte, hablar del medio ambiente me suena a separación. Porque en verdad es así, se habla de las personas separadas de la naturaleza. ¿Por qué?  ¡Somos parte de un todo! Si no cuidamos el lugar en el que vivimos, ¿qué podemos esperar?

Además, como ñoña del lenguaje, decir “medio ambiente” es como decir “cultura humana” o “sustancia química”. No hay cultura sin personas y no hay sustancia que no sea química. Así que, a mi me gusta llamarlo ambiente en el que vivo (que vivimos) y así cuido mi casa, mi barrio, también lo hago a conciencia con el planeta.

Minimalismo

 

Durante el 2020 vi dos documentales sobre minimalismo: “Minimalism: A Documentary About the Important Things” y “Minimalismo: Menos es más” (ambos están subtitulados o doblados al español). No es la primera vez que escuchaba sobre el minimalismo porque, de hecho, fue algo que viví en carne propia las veces que viajé tanto en motorhome como en bicicleta con mi pareja (sí, esto es parte de mi historia también) y que llevamos un montón de cosas que ni siquiera usamos a lo largo de un año. ¿Entonces para qué las llevamos? Ese apego a tener cosas por las dudas que pase algo y las necesites.

Así que empecé de a poco a seleccionar diferentes objetos de la casa para reducir eso de “tener cosas por las dudas”. Es algo que lleva tiempo, sobre todo la parte de qué hacer con lo que selecciono que se va. ¿Lo dono? ¿Lo vendo? ¿Lo reciclo? Porque tirarlo a basura por tirar no me parece algo correcto (sí, por la conciencia ecológica). Pero es algo que solucionaré en el 2021 porque nuestra intención es volvernos minimalistas.

Posando con mi bicicleta el día de mi cumpleaños viajando por el sur de Brasil

Viajando por el sur de Brasil, 22 de octubre de 2015.

Otro tipo de datos importantes para que me conozcas:

  • Mi color preferido es el azul. Azul como el cielo y como el agua. Antes era monocromática. No salía del negro, gris, azul y algo de blanco. Desde que empecé a analizarme luego de los ataques de pánico del 2011, me gustan todos los colores. Todos. Y los uso aunque no combinen entre sí. Después del azul y todas sus variantes, el verde y violeta son mis otros colores preferidos.
  • Tengo obsesión por hacer listas. ¿Listas de qué? De todo: supermercado, tareas del hogar, mantenimiento de la computadora, libros que quiero leer y listas de listas de pendientes sobre todo.
  • Me encanta aprender cosas nuevas y que no tiene relación entre sí. En una misma semana puedo leer y hacer cursos de astrología, diseño UX, costura a mano, automaquillaje, etc.
  • Cuando me cuentan sobre un problema, automáticamente pienso en varias soluciones posibles. Incluso cuando me dicen “mirá que solo te estoy contando, no hace falta que lo resuelvas”.
  • Aprendí a escribir y a usar la computadora al mismo tiempo. No seré Centennials pero crecí al mismo tiempo que se desarrollaban nuevas tecnologías digitales.
  • Hablando de la tecnología digital: LA AMO y la uso para mejorar mi rutina. Por ejemplo: en Google Calendar tengo eventos de los medicamentos y vitaminas que tomo. No solo las mías, las de mi pareja también. Tengo aviso de todo tipo para liberar a mi mente de la necesidad de recordar y estresarse.
  • A diferencia de Sheldon Cooper, no tengo problemas con no darle un final a las cosas. Puedo empezar a ver una película y sino me gusta, dejar de verla sin conocer cómo termina. Lo mismo con los libros y los cursos.
  • Me gusta nadar y estar en contacto con el agua. Uno de mis sueños es ir a uno de esos tanques de flotación o aislamiento sensorial.
  • Una de las cosas que más me relaja es caminar descalza sobre pasto.
  • Hago mindfulness desde fines del 2020. Si bien todavía no logré que mi mente no divague, por lo menos bajé la intensidad de las reuniones de consorcio que suelen hacerse en mi cabeza.
  • Todo lo que son datos y conocimiento científico me atrae. No importa si no le voy a dar utilidad, me gusta aprender y quiero saber de todo un poco. Y también me gustan los problemas y pensar cómo solucionarlos. Una de las mil carreras, cursos y diplomatura que está en mi lista de pendientes es la de estudiar sobre Ciencia de Datos.

 

 

Más datos random:

  • Serie preferida: The Big Bang Theory
  • Película pochoclera que veo siempre que está: El diablo viste a la moda.
  • Estilo de novelas preferidas: policiales/criminales.
  • Saga preferida: la de Millenium. Aunque no leí el cuarto libro para no traicionar a Stieg Larsson (?).
  • Comida preferida: todo lo que se pueda comer en sandwich. Y si son sandwichitos de miga… LA GLORIA.
  • Postre preferido: Helado. Pero no el típico chocolate o vainilla. Banana Split, Chocolate Suizo, Mascarpone con frutos rojos.
  • Algo que me gusta y que muchas personas odian: Sambayón (sí, hay helado de Sambayón apto para personas veganas).
  • Cosa que odio: la injusticia y la falta de empatía.
  • Frase preferida: “Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros” de Jean Paul Sartre.
  • Algo “loco” de mi vida: tengo registro de conducir (lo saqué como corresponde y de hecho estacioné excelente) pero no conduzco. ¿Por qué? No hay porqué. En verdad sí y es miedo.
  • Mejor momento del día: a la mañana. Bien temprano desde las 7 de la mañana.
  • Algo que las personas me envidian: poder dormirme antes de apoyar la cabeza en la almohada.
  • Me gusta más el frío que el calor. Detesto la humedad. No se qué hago viviendo en Buenos Aires entonces. Me gustaría vivir cerca de la montaña y de un lago o río.