Sweet Liberation – Día 3: Esto me duele mucho

Fue difícil rebobinar. Me encontré con un montón de situaciones que tenía muy bien guardadas. Todo bien escondido con muchas telarañas y polvo. Me dio alergia de sólo recordar. Una de las situaciones que me impactó fue recordar que el regalo de mi cumple número 15 fue uno de los mejores que me dieron. No […]
Escrita el 23 de abril de 2014
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Fue difícil rebobinar. Me encontré con un montón de situaciones que tenía muy bien guardadas. Todo bien escondido con muchas telarañas y polvo. Me dio alergia de sólo recordar.
Una de las situaciones que me impactó fue recordar que el regalo de mi cumple número 15 fue uno de los mejores que me dieron. No tuve fiesta, no quería. Esa mañana me levanté como cualquiera, sabiendo que iba a ser un día igual a los demás, mis padres discutiendo continuamente, tirando mierda sin importar que estuviéramos ahí, escuchando, sin entender y, si entendíamos, no sabíamos qué hacer con eso. Pero me sorprendieron, mi mamá le dijo que quería separarse y mi papá le pidió el divorcio.
“¿Es en serio? ¿Se van a divorciar?” Estaba feliz. No me importaba dónde íbamos a vivir, si tenía que cambiarme de colegio, si otra vez debía hacer amigos nuevos. Se iban a divorciar. Y ese sentimiento me traslada a mis 7 u 8 años, tirada en el suelo, llorando, casi sin respirar implorándole a mi mamá que se separé. “Por favor mamá, separate”. Lo recuerdo como hoy.
Para el que me está leyendo y no conoce la historia debo parecer una desalmada, una mala hija. Créanme que no. Hice lo que pude para ser “la mejor hija” o “la hija perfecta” y nunca lo logré, nunca supe cómo y ese era mi castigo.
De grande, hace un par de años supo decirme que se equivocó, que hizo las cosas mal, que no se daba cuenta y que yo soy mucho más de lo que yo creía. Recuerdo que en ese momento le reclamé que mi falta de autoestima se la debía a él.
Nunca pude hablar bien con él, siempre le recriminé. La última charla, lo miré, hacía meses que no le hablaba, él creía que yo iba para volver a intentar tener esa relación que nunca logramos tener. Le pregunté por qué y esperé un no sé. Pero no. Me contestó cuál había sido el motivo por haber sido tan violento. No lo podía creer. ¿Cómo alguien tiene motivo para eso? Me largué a llorar. Cuando me recompuse le dije gracias. Si, gracias. Hacía años que quería preguntarle eso, entre otras cosas. Me pidió perdón. Lo miré a los ojos y le dije: “Yo te perdono y te amo porque sos mi padre pero no puedo estar cerca tuyo, me haces mal.”
Eso se lo dije en noviembre y en mayo se fue. Se fue con todos mis reproches y con una relación de padre-hija que nunca conoceré.
No puedo seguir.
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