Sweet Liberation – Día 13: Números y años.

Ayer pensaba. Día 13, ¡qué lindo número! Pero más me gusta el 17. Bueno, en verdad mi número es el 22, porque nací un 22 de octubre. ¿Por qué el 87 que está en la dirección de tu blog (y de mail, facebook, etc)? Por Los Piojos, una banda de rock nacional argentina. Muchos creían […]
Escrita el 11 de mayo de 2014
Inicio 9 Sin categoría 9 Sweet Liberation – Día 13: Números y años.
Ayer pensaba. Día 13, ¡qué lindo número! Pero más me gusta el 17. Bueno, en verdad mi número es el 22, porque nací un 22 de octubre. ¿Por qué el 87 que está en la dirección de tu blog (y de mail, facebook, etc)? Por Los Piojos, una banda de rock nacional argentina. Muchos creían que era por el año de mi nacimiento, ¿no? Jeje no me molesta para nada si quieren creer que tengo 3 años menos, al contrario.
¡Ay qué tema el de la edad y cumplir años!
Cuando me preguntan cuántos años tengo digo: “Tengo 29, parezco de 26 y me gustaría tener 24”. Bueno, esto lo digo en este año. El parezco de 26 es por lo físico, más de una vez me quedé pensando si se pueden confundir con qué tengo la maduración de una persona de esa edad. Y lo que me gustaría es tener 24 pero con la maduración de hoy, si es que la tengo, a veces lo dudo.
Desde los 20 hasta los 25 no quería que llegara un nuevo año. No me gustaba. La crisis de los 25 me pegó muy mal. Sobre todo cuando me decían “¡Feliz cuarto de vida!” como si supieran que fuera a vivir 100 años. Supongamos que sí, siempre dije que voy a vivir hasta los 95 años, no sé por qué, si es que no me quiero morir o qué pero de todas maneras, 95 años es muy poco y mucho al mismo tiempo. Contradicción absoluta. Poco tiempo para tener que enfrentarme otra vez con la muerte y muy prolongado todo el sufrimiento que llevo a mis espaldas y que presentía que se iba a incrementar más y más con los años.

Sentía que el 22 de octubre venían, golpeaban la puerta y no me dejaba una caja colorida con un gran moño. No, era una mochila con muchas piedras, todas con un significado diferente, sin entender por qué, sabía que esas piedras se sumarían a las otras. Entonces no. Ya un mes antes, cuando la cuenta regresiva iba del 30 al 1 me ponía más triste. Me asfixiaba. ¿Podemos hacer que salteamos el 22 de octubre? Dale, ¿qué les molesta? Y un día la depresión se pegó el ancho de espada en la frente y comenzó a festejar. Una tormenta que te sacude y la lluvia torrencial que no para, no para.
Así mucho tiempo. Jugaba a las cartas con la depresión y ella repartía sabiendo que siempre le iban a tocar buenas cartas. Siempre ganaba porque en los momentos que yo quería dar batalla y terminar con todo cantaba falta envido con 20.
No importa si estas ganando o perdiendo, con ella siempre perdes. Te hace creer que tenes poder pero no, no le creas. Juntá fuerzas y levantate. No juegues más, no pierdas tiempo en entender cómo hace para tener siempre suerte en las cartas que le tocan. Hace trampa. Levantate y mirala a los ojos y decile bien fuerte: ¡BASTA!
Yo antes creía que debía darle batalla quedándome, investigando cómo es su juego. Tanto tiempo perdí queriendo ganar contra mí misma. A veces me llegan invitaciones para volver a sentarme a esa mesa. Quiere revancha ¿O soy yo la que quiere revancha? Y no, no tengo que demostrarle/me sí aprendí o no a jugar.

¿Por qué hablo de esto ahora? Porque este año festejaré que cumplo treinta años. ¡30! Con todo lo que eso significa. ¿Si tengo miedo a la crisis? Depende del día. A veces si, a veces no. Hay días que me rio por no llorar, otros que lloro riéndome y pocos en los que me ahogo en un mar de lágrimas.
Los años me disgustaban porque estaban cargados, pesados. Porque no esperaba que viniera un rayo de luz que cambie todo. Y eso que de chica me vi todas las películas de Disney donde el mensaje era que me deje basurear por mi familia o por otros, o que sumerja en un sueño eterno, o vender mi cuerpo a cambio de la salud de un familiar, que me discriminen, o buscar algo mágico que cambie mi cuerpo, que cambie mi forma para poder ser la persona que quiero, físicamente claro. Y así podría estar un lugar rato, pero a lo que iba es que todo eso debería bancarme porque va a venir un príncipe azul en un caballo blanco con alas a rescatarme. ¡Qué basura!
No hay príncipe ni caballo blanco que venga a sacarte. Olvídense de eso. Y del rosa para las nenas. Yo amo el color azul y qué.
Me fui de tema. Decía que no esperaba a que algo o alguien vinieran a rescatarme. No, creía que ese ere mi destino: sufrir. Sin saber que había hecho para merecer eso. Todo el tiempo preguntando por qué, por qué a mí, por qué es así, por qué no esto. Hasta que un día se ve que había una kermese y todos se fueron y me dejaron sola conmigo y hablamos.

– ¿A dónde están todos?
– ¿Para qué los queres?
– Me siento sola
– Cuando están ellos te sentís mal y queres que no estén, ahora que estás sola los queres de nuevo. ¿Quién te entiende?
– Teóricamente vos deberías entenderme. 

– Justamente, en teoría… en la práctica es difícil. Siempre con preguntas tan rebuscadas
– ¿Cómo cual?
– Como por qué sos quien sos y te pasa lo que te pasa
– ¡Y si! No me lo niegues, un poco de saña tienen
– No, no es así.
– ¿Cómo que no? A ver, ¿por qué tuve que pasar por el accidente?
– ¿Y por qué no?
– ¿Cómo y por qué no? ¿¡Me estás hablando en serio!?
– Si. Contestame por qué no deberías haber pasado por una situación como el accidente
– Porque eso me marcó para mal. A partir de ahí no pude seguir con los deportes, ni natación, ni hockey. Me operaron, me dolió mucho, me desperté y tenía 25 puntos en forma de serpiente. No me podía mover, el hueso tenía que formarse de nuevo. Me deprimí y comí mucho. Llene el vacío con comida, chatarra obvio.
– ¿Y no había otra forma de enfrentar lo que te pasó?
– No. Bueno si, desde hoy puedo ver que si pero en ese momento no me di cuenta.
– ¿Por qué no te diste cuenta?
– ¡Ay vamos! Vos estabas ahí. Viviste el infierno como yo. Tenía que cuidarme, poner mi lado derecho para que no me lastimará el izquierdo. Aparte tenía 12 años y estaba sola. No había nadie que realmente tuviera las que hay que tener para ponerle fin a esa situación.
– ¿Y la solución fue perpetuar ese infierno con cada kilo que aumentabas?
– No. Está bien, me doy cuenta que no opté por la mejor opción, pero tenía eso o lo otro.
– ¿Lo otro? Ah sí, me alegro que no te animaras y ahí nos vamos arrimando al punto.
– ¿Qué punto?
– ¿No queres saber por qué? O mejor dicho, ¿para qué?
– ¿Para qué? ¿Existe un para qué?
– Si. ¿Qué pasó en ese momento?
– Íbamos por la ruta, mitad ripio mitad asfalto. Mis hermanos preguntaban cuando volcamos, yo tenía miedo y gritaba que se callen. Fue cuestión de segundos. Empezó a moverse, como si estuviéramos en una licuadora. Yo salí despedida de adentro.
– Pará. Entrá de nuevo. Escucha.
– ¿Qué queres que escuche? ¡Gritaba! Mis hermanos gritaban. Mi mamá que nos agarremos creo.
– Escucha – ¿Qué? ¿Qué queres que escuche?
– ¿Sólo gritos?
– El estéreo estaba prendido pasando el tema de moda de las azúcar moreno.
– ¿Qué dice el tema?
– Sólo se vive una vez…

Días de no parar de llorar cuando caí en la cuenta que el 25 de enero de 1997, día que había sido el peor de los peores de mi vida se había convertido en un mensaje. Como si yo pudiera programar el destino antes de nacer y hubiera pedido que me suceda eso para reaccionar. Para no perder continuamente, sentada en una mesa.

Llorando porque se me pasaban los años y yo cada día más triste. Un día, un buen día abrí todos los sentidos. Pensé, recordé, lloré, me reí, acepté, negué, borré, curé.

No fue un solo día en verdad, fue un trabajo de mil días. Es más, sigo trabajando. Sigo luchando. Cuando leo que la vida es como un juego de azar pongo caras raras. No me termina de cerrar esa frase. ¿Cómo un juego de azar? No sé.

¡Ojo! No tengo la respuesta a todo, no sé si quiero tenerla. Tampoco conozco cómo se debe reaccionar frente a las situaciones. Tanto adversas como de las otras. No sé si está bien pasar por crisis, si a los 25 o a los 30. Para mí las crisis si son buenas, para muchos no y lo acepto.

Yo no digo que se todo, ni digo que no sé nada. Se lo que se, siento lo que siento, hago lo que siento en un 90% de las veces. No entiendo ni acepto todo de primera, puedo estar semanas dando vueltas. Y aprendo. Estoy dispuesta a aprender, a cambiar y a aprender. Como buena balanza, creo en lo científicamente comprobado y creo en lo que no se puede ver, ni oír, ni tocar.

Me gustaría hacer un mural dibujando lo que hay dentro de mi.

Busco entender el para qué, qué vine yo a aprender a este mundo, con este cuerpo, con esta familia, con esta vida, con estas experiencias. ¿Está bien como reaccioné? ¿Hay otra forma de vivir? ¿Es el sufrimiento lo que marcará mi camino? ¿Por qué sufro todo lo que me pasa? ¿Por qué lo veo todo pintado de negro? ¿Y si le pongo color?

Aunque el grupo musical no me guste, aunque muchos me miren raro cuando lo cuento. O me miran con cara de estoy loca por tomarme las cosas de otra manera. No me importa, yo voy buscando, sigo buscando, a pesar de lo que me pueda suceder, lo que me hace bien.

No se si lo que hago, lo que pienso o siento está bien. A mí, por ahora, me funciona así. Cuando no sea así, cambiaré.

*Las fotos las tomé de Google

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Otros textos que escribí y te pueden interesar…

Semillas

Desde que llevo una dieta vegetariana estricta (no carnes, ni grasas animales, ni lácteos, ni...

leer más