Todavía no puedo entender qué pasó.
Tengo la esperanza que sentarme a escribir sobre esto me ayude a ordenar mis ideas, mis pensamientos, mis sensaciones y emociones.
Lunes 8 de abril de 2024
Estaba pasando por un buen momento. Faltaba menos de una semana para ir a retirar los libros a la imprenta. Me generaba emoción todo lo que estaba creando de contenido para promocionarlo. Hasta me había preparado para el eclipse. Por la mañana hice unas meditaciones y escribí sobre lo que estaba sintiendo, para dejar registro de ese día que, astrológicamente, iba a ser muy importante. Y lo fue.
Ale, mi pareja, se fue al club Vélez Sarsfield a realizar el apto físico para jugar los campeonatos internos de socios. Es algo que tiene que hacer todos los años. Él dudaba de asistir al turno porque dos sábados atrás se lesionó la rodilla. El domingo 7 de abril le hicieron una resonancia y le confirmaron que no tenía distensión grado II. Su duda era porque el apto físico incluye una ergometría. Un estudio de resistencia en el que se observa el funcionamiento del corazón mientras corrés o pedaleas. Al final, terminó yendo.
Aprovecho los momentos en que tengo la casa para mi sola para grabar los videos para redes sociales. Bueno, en verdad no estoy sola. Convivo con tres gatos y cuatro perros. De los cuales tres son cachorros. De los cuales dos los rescatamos en un periodo de tres meses, con dos meses de distancia uno del otro. Tenganme paciencia con esta historia. Todos estos detalles pueden parecer irrelevantes. Pero para mí lo son y lo fueron.
Empecé a mirar el reloj cada cinco minutos porque me llamaba la atención que Ale no me hubiera enviado un mensaje avisando que ya estaba volviendo. Él tenía turno a las 16 h y ya habían pasado unos minutos de la seis de la tarde. Intenté dejar de pasar los pensamientos negativos, hice unas respiraciones profundas y seguí con mis tareas. Hasta que sonó el teléfono.
—Amor, no me dieron el apto físico porque tengo un tumor en el corazón.
Sentí como si el viento zonda me estuviera golpeando la cara y el cuerpo pero a una temperatura bajo cero. Sé que dejé de respirar porque para hablar lo hice con congoja.
—¿Cómo un tumor en el corazón? ¿Se fijó bien?
Como pudo, Ale me explicó que primero le hicieron el electrocardiograma, luego hizo la ergometría en la bicicleta, por el tema de la rodilla, y que a lo último el ecocardiograma (una ecografía al corazón). Me contó que la Dra le pidió se podía esperar afuera unos minutos. Empezó a preocuparse cuando escuchó cómo llamaba a otros médicos y enfermeros del lugar. Hasta que lo llamó y lo hizo entrar al consultorio para hacerle una nueva ecografía. Al mismo tiempo que el ecógrafo mostraba cómo su corazón latía, la Dra le señaló a la pantalla y le explicó que eso con forma de bola blanca es compatible con un tumor en el corazón. Que si ella hubiera sabido que tenía eso, no lo dejaba hacer la ergometría porque teniendo ese tumor no debería hacer ningún tipo de actividad física por el riesgo que conlleva.
—¿Pero cómo? Si vos jugás a la pelota todos los fin de semana, salís a correr 3km todos los días, hacés pilates tres veces por semana, ¿cómo que no podés hacer actividad física?
—Me dijo eso. Que en todos estos meses me podría haber muerto mientras hacía deporte. Y lo peor es que me dijo que la única forma es con cirugía. Yo no me quiero operar. No quiero que me abran el pecho. ¿Por qué me está pasando esto?
Mientras él seguía descargando su miedo y furia yo pensaba en cómo iba a hacer para convencerlo de que se opere. Ale le tiene pánico a las agujas y le baja la presión cuando ve un guardapolvo blanco de un doctor o doctora.
—Tengo que ver a un cardiólogo urgente mañana. No sé cómo voy a hacer. Ahora estoy esperando a que la Dra imprima todas las imágenes y me voy para casa, amor. Pero tengo miedo de manejar hasta allá.
Nos separaban 55 kilómetros. Fue uno de los momentos en los que maldije tener miedo a manejar. Era el momento justo para decirle que se quede en la cafetería del club esperándome mientras lo iba a buscar con la camioneta (la Traffic que usamos para viajar). Le dije que deje la moto en el estacionamiento y se vuelva en remis o en el tren. Que no me parecía prudente que se suba a la moto y venga manejando hasta casa. Pero Ale es porfiado. Así que arreglamos que él vendría a 60 km/h, y hablando con el manos libres conmigo por cualquier cosa. Imaginate los mil pensamientos que representaron ese “cualquier cosa”.
Mientras empecé a buscar cardiólogos por General Rodríguez. Tengo el contacto de casi todos en mi WhatsApp de la vez que me operé y necesitaba el apto para la cirugía. No había ninguno que atendiera el martes y, a esa hora (las siete de la tarde) no iban a responder por la urgencia. Y mientras hablaba sobre cualquier cosa para distraer a Ale, me acordé de la charla que tuvimos con una compañera de pilates en el que nos estábamos quejando que, cuando se lastimó la rodilla, no conseguimos guardia traumatológica ni en Rodriguez, ni en Luján ni en Moreno, ella nos mencionó el Hospital Austral.
Después de una hora y media, cuando casi siempre tarda 45 minutos, Ale llegó a casa temblando y con una cara de desencajado total. Yo aproveché y llamé al Austral a ver para cuándo tenían turno con un cardiólogo. Debo ser sincera, llamé sin esperanzas porque eran casi las nueve de la noche. ¿Central de turnos a esa hora? Pero sí, me equivoqué. Del otro lado me atendió una señorita muy amable que entendió lo que le intentaba decir entre apneas y llantos y me devolvió la respuesta que quería oír: hay un turno disponible para mañana a las 8:40 de la mañana con la Dra Bustamante. Anoté todo, corté y lo fui a buscar a Ale para decirle que ya había encontrado un turno para el día siguiente. Llamé a la agencia de remis de confianza, le conté que necesitaba estar en el Austral a las 8:15 y programé un auto para el otro día.
Estoy contando todo cronológicamente y con los detalles que recuerdo. Es la forma que tengo de exorcizar todo lo que está dando vueltas dentro de mi cuerpo, mente y, sobre todo, corazón. Porque no les puedo explicar cómo el terror se apoderó de mi corazón desde el momento que Ale me llamó por teléfono.
Con Ale nos acompañamos en esta vida desde hace 17 años y medio. Con intermitencias en el medio. Los últimos años fueron muy difíciles. La mudanza a General Rodríguez y la pandemia pusieron en jaque su salud mental. Tantos años haciéndose el fuerte, creyendo que él estaba bien le demostraron que quizás hubiera estado bueno escucharme hace un par de años cuando le sugerí terapia por primera vez. Entiendo que cada persona tiene su tiempo y proceso. ¡Y ya me estoy yendo por las ramas! Solo para decir que en los últimos años hubo momentos en los que dudé de seguir con la pareja. No por falta de amor, son otros temas que también son importantes. Pero en el momento que lo escuché decir “tumor en el corazón” y “podría haberme muerto jugando a la pelota”, en esos segundos me di cuenta que el amor que siento por él es mucho más grande que todas sus mañas y formas diferentes de hacer las cosas. El solo hecho de imaginarme su muerte me provocó un pánico que atravesó todo mi cuerpo. Entró por la cabeza, electrificó mi columna y no estoy segura de que haya salido por alguna extremidad. Creo que todo lo tengo dando vueltas por ahí.
Demás está decir que esa noche no dormimos. Hice lo peor que se puede hacer, lo que todos los médicos y médicas te dicen que no hagas: googleé. ¡Y sí chiquis! ¿Qué esperaban? ¿Que me aguante hasta el otro día a ver a la cardióloga? No tengo un buen manejo de la ansiedad y mis pensamientos me estaban volviendo loca.
Si bien lo que leí en Google eran todas cosas positivas, sí, la palabra “positiva” en estas circunstancias suena desubicada. Pero es que todo lo que leía es que la cirugía era una de las más sencillas, dentro de las cirugías cardiovasculares y que la tasa de recuperación es alta (supera el 95%). Lo no positivo es que Ale seguía diciendo que él no se iba a operar al corazón. Que no quería, que tenía miedo, que él también leyó como es la cirugía y que no quería que le quiebren el esternón.
El viaje hasta Pilar fue difícil. Ale habló con el chofer mientras yo miraba los campos y trataba de pedirle al universo que la Dra de Vélez se haya equivocado con la imagen. Qué al final todo iba a resultar una gran confusión y que podíamos volver a nuestras vidas de siempre. Esas que, al final, se quedaron en el 8 de abril por la tarde porque todo cambió cuando le repitieron el ecocardiograma y confirmaron un tumor de 2 centímetros por 2 centímetros.
No nos dieron tiempo a nada. Ni a llorar. En menos de cinco minutos estábamos sentados frente a uno de los referentes en cirugía cardiovascular. Bueno, en ese momento no lo sabíamos. Nos enteramos después cuando volvimos a googlear (qué cosa que no podemos dejar de hacer).
Él estaba tranquilo. Como si estuviéramos ahí por una uña encarnada. Nos explicó que la única forma era realizar una cirugía para extirpar todo el tumor. Hizo un dibujo en un papel para contarnos que el riesgo de tener un tumor en el corazón son el ACV o embolia cerebral. El corazón, al ser un órgano que está en constante movimiento (lo sé, no estoy diciendo nada nuevo), facilita que se pueda desprender una partícula del tumor. Y este riesgo aumenta al hacer ejercicio físico porque el corazón bombea más fuerte. Y, como estaba alojado en el ventrículo izquierdo, esa partícula iba a salir del corazón derecho al cerebro, donde se podía producir una obstrucción. Y, si por esa ¿suerte?, no quedaba obstruida en el cerebro, recorrería el cuerpo hasta vaya a saber uno en que terminaba.
Los nervios aumentaron a su máximo nivel. Afuera el día estaba soleado. Miraba el cielo celeste y me preguntaba si todo eso no estaba siendo parte de una pesadilla. Apreté bien fuerte mi mano derecha, hasta clavarme las uñas en la palma. Capaz así me despertaba.
Ale estaba en estado de negación hasta que el Doctor le dijo que él tenía mucha suerte de que se le hubiera detectado esto antes de provocar un ACV o embolia. Que, por lo general, la mayoría de las personas se enteran que tienen un tumor en el corazón cuando les ocurre alguno de esos eventos. O ni siquiera se llegan a enterar, lamentablemente. Entonces lo miró a los ojos y le dijo:
—Vos tenés dos buenas y una mala. La primera buena, es que te lo detectaron antes, ni siquiera síntomas tenías. La mala es que tenés que operarte, pasar una cirugía de corazón que si bien yo te doy mi seguridad de que todo va a salir bien, sé que es una situación súper incómoda. Y la otra buena es que dentro de dos meses vas a volver a tu vida normal, a jugar a la pelota, correr y hacer lo que quieras.
En esa última frase le cambió la cara a Ale. Presencié el momento exacto en que aceptó la cirugía. Él pensaba que después de la cirugía del corazón iba a quedar imposibilitado de hacer deporte. Estuvo repitiendo toda la noche anterior que con 42 años se le había terminado la vida. Que todo lo que quería hacer, como ir a hacer los senderos de varios días de El Chaltén y Torres del Paine, no iba a poder hacerlo. Y qué sentido tendría la vida si no iba a poder moverse y hacer lo que más le gusta que es jugar a la pelota. Todo eso se derrumbó con la confirmación y reconfirmación del Doctor de que en dos meses iba a estar haciendo vida normal. Es más, le dijo que le iba a mejorar el rendimiento porque el tumor estaba justo en el lugar en el que se abre la válvula del ventrículo por donde pasa la sangre oxigenada y que seguramente eso producía que el se cansara cuando hacía ejercicio físico de alto rendimiento. Cosa que estaba sucediendo pero que Ale pensaba que era por la edad. Pues no. Era el tumor ocupando el 40% por donde tenía que pasar la sangre. Así que es muy posible que mejore su rendimiento.
Sí, obvio. Te estoy haciendo un spoiler de que al final Ale se operó. Aprovecho y te doy la tranquilidad de que el Cirujano pudo sacar todo el tumor y que la cirugía fue realizada con una técnica que se le dice “mini invasiva”. Ale, al otro día de la cirugía, ya estaba sentado en la cama con los pies en el piso haciendo ejercicios de respiración para despegar los pulmones de la espalda. Y en menos de 36 horas posteriores, ya estaba caminando por el pasillo de unidad coronaria. ¿Otra noticia buena? No le tuvieron que abrir el esternón. La cirugía pudo hacerse entrando por la arteria femoral y por el costado derecho, entre las costillas (ninguna sufrió fisura).
Pero volvamos al momento en el que el Cirujano nos estaba contando todo haciendo un dibujo y le da buena noticia a Ale de que en dos meses volverá a hacer vida normal. En ese momento empezamos a hablar de la parte burocrática y económica. Es cuando yo me disocio y puedo estar en el más absoluto estado de tranquilidad. Le planteé al médico una idea y le comento que si todo sale bien, para el primero de mayo podríamos tener algo de cobertura. Pero las palabras del médico fueron tajantes:
—Es que no tiene tiempo hasta el primero de mayo. Se tiene que operar lo antes posible. Si es por mí lo opero el martes que viene.
El martes que viene. Una semana. Seis días para hacer todos los estudios y el prequirúrgico para una cirugía del corazón. Ale todavía seguía intranquilo. Le daba impresión la parte en la que le quiebran el esternón. El cirujano le dijo que él iba a operarlo entrando por el costado derecho. Que a lo sumo se podría fisurar de una costilla, pero no pasa en todos los pacientes. También le dijo que el post operatorio de realizar la cirugía por las costillas era un poco más doloroso que si lo hacía por el esternón. Después las enfermeras le dijeron que es mucho más doloroso pero la recuperación es más rápida. Que solo debía superar las primeras 72 horas.
Al salir del consultorio del cirujano, nos esperaba la secretaria con una carpeta con todos los días y horarios de los turnos a los diferentes médicos y médicas y realizarse los estudios necesarios, que incluyeron una angiotomografía con contraste.
Volvimos a casa en el remis hablando sobre la situación del país. Yo soy una persona a la que la política le importa y que me gusta estar al día sobre lo que pasa y no pasa. Un poco también porque creo que así puedo adelantarme a algo. Aunque fueron muy pocas las veces que me sirvió conocer sobre la historia cíclica de mi país. El chofer hacía pregunta para probar cuánto sabíamos de política y yo le respondía en modo automático. En segundo plano mi cerebro está diagramando todas las tareas y subtareas que tenía que hacer en los próximos al mismo tiempo que les asignaba una prioridad.
Lo primero fue resolver quién podía cuidar y sacar al patio a los perros. Se venían días en los que estaría fuera de casa por más de doce horas. No los podía dejar afuera ni tampoco podían estar adentro sin salir por sus necesidades. Hace meses que venía pensando en hablar con mi vecina para preguntarle si ella podría ser la niñera de nuestros perros y gatos. Era algo que tenía en mente porque con Ale hace tiempo que queremos hacer un viaje los dos solos en algún fin de semana. Le conté la situación y no dudó ni un momento. Arreglamos para que venga a conocer a los perros durante la semana así podía ser bien recibida.
En mi mente funcionaba un reloj que iba descontando las horas y minutos que faltaban para el día de la cirugía. Más que nunca me sirvieron los años y años de hacer listas de pendientes. Todo tenía que estar milimétricamente organizado. Al mismo tiempo, cada segundo que pasaba era un segundo en el que no había pasado que se desprendiera una partícula del tumor. No sabía si tenerle más miedo al tumor o a la cirugía en sí. El cirujano juró que era la más sencilla operación cardiaca y que todo iba a salir bien. Todo iba saliendo tan perfecto, tan “redondo” que mi miedo iba creciendo cada vez más.
Pasaron los días y yo le prometí a Ale que iba a salir todo bien. Pero a los dos segundos ya me estaba arrepintiendo. ¿Y si no salía todo bien? ¿Y si pasaba algo en el medio de la cirugía? ¿Y si cuando tuvieran que volver a reanimar el corazón, éste no reaccionara? Porque sí, un pequeño gran detalle de la cirugía es que debían pararle el corazón para extirpar el tumor. Le pararon el corazón, lo conectaron a una máquina que cumpla la función del corazón de llevar sangre oxigenada a todo el cuerpo mientras le removía el mixoma (este es el verdadero nombre del tumor). Por momentos me sentía que podía estar alentando a mi pareja al final de su vida. Fue una lucha interna ENORME por gestionar mis pensamientos negativos y catastróficos. Al día de hoy no sé de dónde saqué tanta fuerza. Fuerza física, fuerza emocional, fuerza mental, fuerza psicológica.
Para el sábado antes de la cirugía nuestra rutina se había convertido en salir temprano de casa, pasarnos el día en el hospital y volver tarde a casa con ganas de tirarnos en el sillón, abrazarnos y poner Friends de fondo para sentirnos un poco seguros.
El lunes era el día en que íbamos los dos al hospital pero regresaría yo sola a casa. Fue muy duro dejarlo solo en el hospital, la noche antes de la cirugía. Podía quedarme, estaba esa opción. El problema estaba en casa. Y me siento culpable diciéndoles “problema” a mis perros. Porque seamos sinceros, los gatos no hubieran destrozado la casa si los dejaba solos una noche. Y los perros, a pesar de tener una niñera que los visitaba cada tres horas, cada uno de los días de la semana de la cirugía de Ale, inventaron una nueva forma de destruir algo de la casa. Algo que no había hecho nunca. Quizás porque siempre había alguien en casa o el tiempo que lo dejábamos solos eran solo tres o cuatro horas. Primero empezaron con unas maderas que habían sobrado del ropero que estaba construyendo Ale. Las hicieron papel picado. También hicieron papel picado de la sábana que cubría el sillón. A la que sumaron hacer papel picado del plástico del colchón del sillón. Después destrozaron una caja de cartón y descubrieron que un almohadón está relleno de algo que ya es papel picado para ellos. Todas las travesuras que podían hacer, las hicieron. Y yo llegaba a casa a la medianoche y me tenía que poner a limpiar y ordenar todo. Al otro día, a las seis de la mañana preparando todo para ir al hospital. En serio, no sé de dónde saqué tanta fuerza.
El martes de la cirugía tenía un nudo en el estómago. Me caía mal hasta tomar agua. Fueron horas de mirarnos a los ojos y decirnos lo mucho que nos amamos. Me partía en mil pedazos porque yo le estaba dando ánimo de que todo iba a salir bien y él se estaba despidiendo, por las dudas. En más de una oportunidad tuve ganas de sacarle todos los cables y agujas, y escaparnos del hospital los dos. Lo acompañé hasta la entrada del área de quirófanos. Sentía que no podía sostenerme en pie. Quería entrar al quirófano y supervisar todo lo que le fueran a hacer. Controlar que todo estuviera bien. Controlar. JA. Qué palabra que siento tan lejana. Yo y mi estúpida idea de que puedo controlar algo. Tenía un calendario con las diferentes tareas que iba a realizar desde el 8 de abril promocionando mi libro y ahí está, todavía esperando. ¿De qué me sirve tanta preparación, tanta organización si al final no controlo nada? La sensación de estar dejando en manos de otras personas la vida de una persona que amás, qué sensación de ser tan pequeña e ínfima en este mundo. Y qué contarte de la alegría que me dio ver al Cirujano con una sonrisa llamarme al consultorio. Me contó que la cirugía había sido un éxito, que pudo extirpar todo y que en dos horas lo iba a poder ver. Por primera vez en ocho días estaba llorando de felicidad. Igual, fueron las dos horas más largas que se transformaron en tres y nadie me explicaba por qué. Una hipoglucemia fue la culpable. Una vez estable, me dejaron verlo por cinco minutos. ¿Y podés creer que en ese momento me empiezo a sentir mareada y que me estaba por desmayar? No fue por la impresión de verlo todo lleno de cables. No es la primera vez que tengo que visitar una unidad coronaria. Yo creo que fue más bien el soltar toda la tensión que tenía desde hace una semana al verlo bien. Antes de irme, la enfermera de unidad coronaria me dijo que al otro día podía ingresar después de las 10 y media de la mañana. Lamentablemente no le avisaron a Ale.
Cuando el miércoles llegué, Ale me estaba esperando sentado al borde la cama con los pies apoyados en el piso. No, no estaba preparado para salir corriendo y huir. Estaba haciendo ejercicios de respiración para separar los pulmones de la espalda. Y tenía cara de preocupado porque él me esperaba a las ocho de la mañana como le había dicho antes de la cirugía. Me mostró los tres ejercicios de respiración que tenía que hacer cada 20 minutos y nos pusimos a hacerlos juntos. Al mediodía trajeron su comida y se dio una escena muy tierna que ambos creíamos que faltaban, al menos, veinte años más para vivir. Cuanto más comiera, mejor iba a ser porque debía recuperar fuerzas para el siguiente paso: comenzar a caminar. A nosotros nos parecía todo muy rápido.¿ No habían pasado ni 24 horas de la cirugía y ya quería que se pare y de unos pasos? No solo eso. No se cumplieron las 24 horas y ya estaba siendo trasladado a una sala común.
Es que me olvidé de contar una parte muy importante. ¿Vieron que dije que uno de los estudios fue una angiotomografía con contraste? Bueno, ese estudio era para observar la forma en que fluye la sangre a través de las arterias en el corazón. Es decir, si hay obstrucciones o calcificaciones en las arterias (eso de lo que TODOS deberíamos cuidarnos, de que no se nos tapen las arterias). Cuestión que el score para el resultado es desde cero (sin calcificaciones ni obstrucciones) hasta 600 (que está 100% tapada y anda pidiendo turno urgente). A Ale le dio score cero en todas las arterias. Nada de nada tapado. 100% limpias. Entonces claro, todos los fantasmas que teníamos alrededor del post de la cirugía del corazón tenían que ver con aquellas personas que se les tapan las arterias, sufren infartos o tienen problemas en las válvulas cardíacas. Que Ale no haya fumado nunca en su vida, que desde pequeño sea deportista, que dentro de todo coma sano y que sea una persona activa, ayudó mucho a su recuperación.
El jueves cuando llegué ya estaba esperándome para salir a caminar por el pasillo de unidad coronaria. Él estaba nervioso porque antes del mediodía le iban a sacar los drenajes y tenía miedo que el dolor sea insoportable (como cuando le sacaron la sonda). Pero las enfermeras le decían que no le iba a doler y que, por el contrario, al quitar los drenajes le iba a bajar el dolor un 80%. Los dolores que sentía cuando se movía era porque los drenajes pasaban entre dos costillas y eso es muy doloroso. Fue muy gracioso todo el cuento que le hizo uno de los cardiólogos del equipo de cómo debía prepararse para cuando tenía que quitarle los drenajes. Al final, apenas Ale respiró hondo, tiró y salieron de una sola vez sin que Ale pudiera reaccionar. Solo se empezó a reír de la situación y agradeciendo porque al final ni sintió cuando se los quitó. A partir de ese momento, tenía que estar levantado de la cama todo el día hasta la hora de dormir y debía realizar paseos cada dos horas por el pasillo.
Llegó el viernes. Creo que esto no lo conté. El Cirujano, el día ese que nos dibujó el corazón con un tumor, nos dijo:
—Te internás el lunes, te opero el martes y el viernes a la tardecita ya estás en tu casa. Sos un pibe sano, la recuperación va a ser rápida. Después solo te van a molestar los puntos por quince días y nada más.
Y el cirujano no mintió. El viernes a las seis y media de la tarde estábamos saliendo del hospital. Tardamos un poco más por todo el tema burocrático que logró sacar mi lado más combativo. Aquel que no soporta la injusticia y que no puede entender cómo una institución puede jugar con la necesidad y urgencia de un paciente. No estaban delante de una sociedad anónima, estaban frente a dos personas que priorizaron la salud y el sueño de una pareja de envejecer juntos antes que los ahorros y los proyectos que teníamos para los próximos años. Esa fue la parte negativa de toda la experiencia con el hospital. Que, gracias al apoyo del equipo médico, pudimos solucionar favorablemente.
Así que eso, gracias, gracias, gracias. Desde la señorita que me atendió el lunes 8 de abril a las nueve de la noche y entendió que necesitaba un turno urgente, la Dra Bustamante que nos trató con amor y lo trató a Ale profesional y humanamente, que se comunicó todos los días después de la cirugía y que le dieron el alta para preguntar cómo está y ponerse a nuestra disposición. Gracias infinitas a Mónica que entendió nuestra situación desde el momento cero y me ayudó con todo los trámites y burocracia del hospital. Gracias al Jefe de Cardiología, que le repitió el ecocardiograma y también lo trató de forma humana al confirmarle lo del tumor al mismo tiempo que le dijo que iba a ver a uno de los mejores cirujanos cardiovasculares del país, que se quede tranquilo. Gracias infinitas al Dr Vaccarino, por su honestidad, por su confianza, por sus palabras y por su vocación y profesionalismo. Y a todo el equipo del Dr Vaccarino también. A las enfermeras y enfermeros que le tuvieron toda la paciencia del mundo a Ale con su pánico a las agujas y su nuevo pánico a la cirugía y al postoperatorio. A las kinesiologas que lo alentaban a que se mueva y pare. A la cardióloga de turno que también es arquera y se puso a conversar sobre el resultado del partido de Manchester City y Real Madrid y de cómo le había parecido de pecho frío el penal que pateó Bernardo Silva. Estuvieron como cinco minutos con Ale hablando del partido y para mi fue todo tan fantástico ese momento. Imaginate que el día anterior le quitaron del corazón un tumor a tu pareja y ahora la ves en una cama charlando sobre lo que más le gusta, el fútbol, con la cardióloga de turno. A todas las trabajadoras de cocina, las que le traían la comida y las botellas de agua extra porque “estoy acostumbrado a tomar más de tres litros de agua por día”. A las trabajadoras de limpieza que, en los momentos en que yo no estaba, él les sacaba conversación y ellas se tomaban unos minutos para acompañarlo. ¿Ya mencioné a las enfermeras y enfermeros? Carolina, Carito, Roxana, Nahuel y seguro me estoy olvidando algunos nombres pero es que fue mucho en tan poco tiempo que no alcancé a memorizar el nombre de todos. También al personal de seguridad que siempre me recordó con una sonrisa que debía mostrar mi mochila y dejar mi pulsera de ingreso. Esos días tuve la mente en tantos lados y no podía recordar esos pedidos tan simples del momento. Gracias a todas las personas que ofrecieron su ayuda y sus palabras de apoyo en estas semanas. Personas que no dudaron en ser parte de una red de contención que ni Ale ni yo sabíamos que teníamos y que ahora nos sentimos muy agradecidos por tener.
Estoy escribiendo esto el domingo 28 de abril. Pasaron 20 días del día en que Ale me llamó por teléfono para decirme que no le dieron el apto físico porque tenía un tumor en el corazón. Y ese tiempo verbal, “tenía”, es correcto. Porque ya no lo tiene. Por el contrario, como dijo el cirujano, ahora tiene un corazón sano para vivir por muchos años más.
Hasta hoy, las veces que lloré, fue de cansancio, de sentirme superada, sobrepasada. Ahora estoy escribiendo estas palabras llorando de emoción. Se que todavía faltan varios días, incluso semanas, para procesar todo lo que pasó y empezar el camino de resignificar la experiencia.
Tanto Ale como yo ya tuvimos nuestras primeras revelaciones. Las más “simples” por así decirlo. Sabemos que quedan por descubrir las más profundas. Y sobre todo, de honrar la vida.
Gracias, gracias, gracias.
Un abrazo enorme,
Vir
Pd: No veo la hora de hacerme un ecocardiograma para asegurarme de no tener nada grave en el corazón. Desde hace cinco años me hago control con electrocardiograma, pero ahora quiero la ecografía.
Pd2: Si leíste todo lo que escribí, muchas gracias.
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