Esa chica arriba de una bicicleta con unas alforjas que pesaban casi lo mismo que ella y un cajón con una perra en el manubrio, esa chica soy yo. Y la perra es Pioja. Aprovecho y se las presento porque siempre hablo de ella.
Esta foto fue tomada el 27 de octubre de 2014. Hacía menos de mes que habíamos salido con el proyecto de viajar en bicicleta.
Esa chica tenía más peso encima: una mochila cargada con miedos y prejuicios. Y una voz que constantemente le decía que no iba poder y se repitía todas las frases que le dijeron personas sentadas detrás de una pantalla que descargaron sus frustraciones.
Pero pude. Lo hice. Y lo que iba a ser un viaje en bicicleta por América (esa era la idea inicial, después hubo cambios de planes) se convirtió en un viaje de autoconocimiento. Y también de autodescubrimiento.
Descubrir que soy valiente, descubrir que soy fuerte, descubrir que tengo una fuerza interior que es capaz de cruzar la cordillera de los Andes.
En ese momento, sentía que estaba conociendo una parte de mí que ni sabía que existía. O que creía que había dejado de existir con tanta angustia desbordada.
Y yo reivindico el ejercicio de mirar hacia atrás y analizar lo vivido. No para juzgar las cosas que no hice y las que hice y podría mejorar. No, eso no tiene sentido porque no es posible cambiar el pasado. Pero sí para ir a reflexionar sobre lo que vivimos, sobre lo que nos pasó y cómo las circunstancias de la vida nos transformaron. Porque en el momento es difícil darse cuenta.
Hoy leo mis textos de esos años y lo veo más claro que en ese entonces. Hoy me leo y reconozco mis miedos pero también mis deseos, mi valentía, mi coraje, mis ganas de vivir a pesar de…
Miro esa foto, entre otras 500 más que tengo de esos viajes, y veo una Vir que cada día se levantó con unas fuerzas enormes de demostrarse a sí misma que la vida puede cambiar, que la vida puede ser mejor, que la vida puede ser un lugar donde quedarse a pesar de tantas cosas.
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