Volver a encontrarme con la desesperanza

La desesperanza me acompañó durante muchos años de mi vida. Hoy me vuelvo a reencontrar con esta emoción que le saca sentido a todo.
Escrita el 21 de enero de 2024
Inicio 9 Diario (no) íntimo 9 Volver a encontrarme con la desesperanza

Conviví con la desesperanza casi a diario durante toda mi adolescencia y hasta los 27 años. En esa época la nombraba diferente: tristeza, angustia, ansiedad, miedo. Hasta que, luego de varios años de introspección y terapia, entendí que la desesperanza es la madre de la mayoría de las emociones que me generan malestar emocional y mental. No se pueden controlar las emociones. Toca a aprender a convivir con ellas y buscar la manera de experimentarlas sin tanta carga negativa.

Eso fui aprendiendo estos últimos 12 años desde la última vez que la vida me sacudió y me obligó a mirarme al espejo para hacer consciente que no estaba teniendo la vida que quería. Que, en verdad, ni sabía que se podía vivir la vida que una soñaba. Solo estaba sobreviviendo. Día a día, como la sociedad me pedía que sea. Creía que de esa forma no se podían enojar conmigo y que, entonces, no me iban a lastimar. Qué ilusa.

La desesperanza se siente como estar atrapada en la vida misma. Que no tenés escapatoria. Poco a poco te vas apagando. Querés sentir alegría, te pones contenta por algo bueno que te pasó pero, al mismo tiempo, hay una gran nube gris que te envuelve y no te permite experimentar realmente esas emociones que causan bienestar. 

Todavía guardo unas hojas de mi diario íntimo cuando tenía 15 años. Las leo y lloro. Lloro de encontrarme tan sola y desprotegida. Tan a la deriva de pensamientos negativos e ideaciones peligrosas. Un mes antes de cumplir 15 años me enteré de una forma muy violenta que mis padres no me buscaron. Que soy una hija no deseada. Y que hasta se pensó en no traerme al mundo (lo bien que hubieran hecho). 

Esa creo que fue la herida que terminó por romperme en mil pedazos. Porque en parte fue una respuesta que me ayudaba a entender por qué sufrí violencia intrafamiliar desde los 4 años. Todo tenía sentido. Me la pasé años preguntando por qué no me amaban y cuidaban. Qué es lo que hacía mal, qué tenía que hacer para ser una niña buena a la que quisiera proteger del mal. Y yo no era el problema. Nunca fui el problema. Pero esa respuesta, que durante tantos años esperé, me hizo sentir bien. No me liberó de todos mis pensamientos negativos sobre la vida. Todo lo contrario. 

La desesperanza se siente como que no tenés control de lo que te pasa. Que sos una bolsa de boxeo con la que las personas juegan a descargar su furia y frustraciones. Y vos solo tenés que aguantar. Porque no queda otra. Porque no te enseñaron otra forma de reaccionar. Y cambiar te da miedo porque no sabés si puede ser peor. Desear alejarte de una vida llena de violencia pero no saber cómo hacerlo. Tomar coraje y alejarte de esas personas que tanto mal te hicieron para descubrir que los recuerdos te van a seguir acompañando. ¿Acaso no es posible escapar del dolor y sufrimiento? 

Y aparecen pensamientos e ideaciones peligrosas. Porque sabés que hay una forma de escapar. Aunque convivís con una contradicción. Por un lado, sábés que tenés una puerta de emergencia que te saca de este mundo cruel. Por otro lado, tenés miedo de lo que hay detrás de esa puerta. Entonces no te animás a abrirla.

En los últimos años aprendí herramientas para dejar de reprimir emociones. Para darme tiempo y espacio para sentir todas las emociones que quería lejos de mi vida. No me culpo por haber deseado durante años y haber hecho cosas para evitar sentir angustia, ansiedad, miedo, enojo. Yo lo que buscaba era sentirme bien. Nadie me enseñó que reprimir emociones era malo. Escuché desde niña que no se me ocurra llorar porque sino me iban a pegar más fuerte para que tenga un motivo para llorar. Llorar estaba mal. Entonces, todas las emociones que me provocan llorar están mal. 

El proceso de cicatrización de heridas del pasado no es lineal y ascendente, se ve más como una montaña rusa. Enfrentarte a tus recuerdos dolorosos no es una fiesta. No es el momento más lindo de tu vida. Por el contrario. Pero lo hacés porque sabés que es la forma de resignificar tu historia. Lo hacés porque creés que es la mejor forma para alcanzar aquello que tanto deseas: sentirte bien a pesar de todo lo que viviste.

Sí. Estoy en un momento en que la desesperanza se hizo presente en mi vida, otra vez. Pero esta vez es diferente. Hoy la desesperanza me encuentra con muchos años de introspección, de aprendizaje, de autoconocimiento, de amor propio, de terapia, de heridas que pude cicatrizar. Hoy la desesperanza me encuentra sabiendo que tengo herramientas para seguir hacia adelante. Que no soy una bolsa de boxeo de nadie. Que puedo tomar las riendas de mi vida y buscar que me pasen cosas buenas.

La desesperanza me quiere hacer sentir que estoy en un estado de indefensión absoluta. Por momentos le creo. Por momentos esos pensamientos toman fuerza. La diferencia con el pasado es que ahora hago consciente la emoción. Y tengo herramientas cuando en mi mente aparece un “para qué intentarlo si sé que no saldrá bien”. Le contesto que no sabemos si saldrá bien y que vale la pena intentarlo. O cuando aparece un “seguro que algo estoy haciendo mal” o “las cosas no salen bien por mi culpa”. Se que son distorsiones cognitivas y busco en mi caja de herramientas, pensamientos y experiencias vividas que les quiten fuerza.

Aunque, en las últimas semanas, hay un pensamiento que cada vez tiene más fuerza: “no hay nada que yo pueda hacer”. Está relacionado con lo externo a mí. Con lo que está sucediendo a nivel social. Con las decisiones que se están tomando desde el gobierno que me afectan negativamente (a mí y a millones de personas). Y no hay nada que yo pueda hacer. Vuelvo a sentir esa sensación de indefensión. Que alguien puede hacer conmigo lo que quiera y yo no sé cómo defenderme. Semanas en las que escuchaba como buscaban psicopatearnos, haciéndonos dudar de nosotros mismos con “yo no dije eso, eso es lo que entendiste”. Amenazas de que si no hacemos lo que quieren, la vamos a pasar peor. Todo me recuerda a mi niñez y adolescencia. 

Pienso que por eso me está afectando tanto. Porque se conecta emocionalmente con los recuerdos más dolorosos de mi vida. Con aquellas cicatrices que siempre van a estar. Y se me mezcla todo. Porque soy consciente de que no soy una nena y que puedo defenderme. Sé qué hay cosas que sí puedo hacer para estar bien a pesar de. Pero al mismo tiempo estoy cansada. Porque parece que tengo que estar todo el tiempo preparada para defenderme de la vida. Entonces otra vez se reactiva esa creencia de que a la vida no se la vive, no se la disfruta. Estamos todos metidos en un planeta buscando cómo sobrevivir a la vida.

Y me enojo. Me enojo conmigo misma por volver a tener esos pensamientos que creí que haber enterrado. Mi mente se siente como The Walking Dead. En este caso los zombies son viejos pensamientos, viejas creencias, patrones de conducta, emociones. Y el virus es la desesperanza. 

Sentir desesperanza me transporta a lugares oscuros. Lugares que ya conozco. No soy la misma que antes. Ahora tengo herramientas para no dejarme vencer, para no bajar los brazos, para no salir por la puerta de emergencia. Es más, me aferro a la creencia que de este momento difícil que estoy sintiendo, viviendo y pensando, voy a salir fortalecida. Estoy segura.

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Otros textos que escribí y te pueden interesar…

27 años de aquel día

27 años de aquel día

Hay días en la vida que nunca podremos olvidar. Momentos en los que parece que el tiempo se detuvo. Que nos morimos pero seguimos vivos.

leer más
Celebro cumplir 39 años

Celebro cumplir 39 años

Un mes antes de cumplir 15 años dejé de querer festejar mi cumpleaños y la vida misma. Hoy, después de un largo proceso, celebro cumplir 39 años.

leer más
Una buena noticia

Una buena noticia

Esperanza. Un motivo más para celebrar. Resultado que me motiva a seguir esforzándome por crear esa vida que quiero.

leer más
Cambiando la piel

Cambiando la piel

Siempre me sentí débil y fuerte a la vez. Débil porque me partí en mil pedazos con cada trauma y fuerte porque sigo de pie.

leer más