Cuando en agosto de 2004 abrí este blog, dije que mi motivación era porque “escribir me hace bien”.
No estaba equivocada. Para nada.
Pero a veces, escribir me hace ver “cosas” que no quería reconocerlas, no las veía, o directamente las ignoraba.
¿Y qué hago con esa nueva información que encontré a través de escribir? ¿Cómo sigo?
Hace unos días empecé a leer el libro de Julia Cameron “El camino del artista”. Al mismo tiempo, mientras buscaba este libro en formato digital (viajando en bicicleta no se puede uno llevar 10 libros, por eso empecé a acostumbrarme a leerlos así) me encontré con otro libro sobre escritura creativa.
La autora se llama Carla Ramírez Brunetti y el libro se titula (tomen aire) “Use El Lápiz y Sea Feliz. Manual Para Sanar Las Emociones y Transformar La Vida a Través de La Escritura”. Sí. Todo eso.
También me lo descargué y empecé a leer casi en simultáneo con el otro.
Claro, el de Julia (si, ya somos amigas y la llamo por el nombre nomás) es una traducción y tiene una forma de escribir que me aburre. Son esos textos que dan vueltas y vueltas y vueltas. En cambio el de Carla (otra nueva amiga), al ser hispana encuentro en su escritura “naturalidad”. Estoy escribiendo algo muy obvio, lo sé. No solo eso, escribe más concreto. No se va por las ramas.
En “El camino del artista” encontré la propuesta de escribir todos los días. No importa que no tenga qué escribir. Hacerlo igual. Dice que hay que hacerlo en tres páginas de un cuaderno.
Justo el sábado paseaba por el Parque Centenario y en la feria encontré un cuadernito muy para mí porque tiene varios dibujos de animales en la tapa y contratapa.
Llegué y lo adorné. No me puse a escribir porque no encontré el momento ni el lugar. Así que decidí empezar a leer el otro libro, el de Carla.
En la primera página me encontré con este fragmento:
“… la Escrituroterapia, una terapia que pretende, a través de la creatividad y utilizando como herramienta la escritura, adentrarse en las propias emociones, conocerlas a fondo y manejarlas adecuadamente. Es una terapia que funciona con el auto-conocimiento y la cual motiva a la persona para que emprenda una reconciliación con sigo misma y sus propósitos de vida, es una terapia para que cada participante re encuentre su norte y sea feliz.”
Terminé de leer ese párrafo, me cebé un mate y mientras lo iba tomando, pensaba en que este libro no me podría haber llegado en un momento mejor.
Entendí que con Carla nos íbamos a hacer grandes amigas (aunque ella no lo sepa) cuando termino el prologo escribiendo lo siguiente:
“Escribir es una catarsis, que le permite a nuestros fantasmas, esos que nos habitan y nos asustan, salir para siempre. Nos permite también guardar en un cofre nuestros más preciados recuerdos, desde el olor a mango maduro de nuestra casa materna, hasta aquella canción con la que nos enamoramos. Escribir es la posibilidad de crear el mundo que deseamos en el momento en que queramos.”
Listo. Todo bien Julia con tu libro, pero voy a seguir con el de Carla.
De todas formas, habiendo leído más de un tercio de “El camino del artista”, decidí que adoptaría esa rutina de escribir todos los días. Pero no me exigiría, por el momento, escribir si o si tres páginas. Lo haría hasta sentir que es momento de frenar. No por vagancia o por falta de algo en especial, sino porque creo que estoy en un momento en el cual debo respetarme. Si me obligo a hacer algo que no quiero voy a repetir las sensaciones y emociones que tuve a lo largo de toda mi vida cuando hice cosas por obligación.
Venía todo bien hasta ayer.
Primer ejercicio para realizar en el libro de Carla: elegir si fuéramos una comida, un animal, un elemento del planeta o algún lugar del mundo y comenzar a escribir con la frase “Yo soy como un…» y describir con lujo de detalles lo que haya elegido para identificarnos, explicar el por qué creemos que nos parecemos a lo que elegimos.
Si, un ejercicio a simple vista “fácil, sencillo, de primer grado”.
Está bien, no.
Me quedé pensando en que podía elegir para representarme. Lo primero que pensé es “tengo que conocer mis características para poder compararme con un animal o lo que fuera y poder escribir”. Y ahí saltó el primer problema.
¿Compararme?
¿Por qué me tengo que comparar?
¿Por qué tengo la destructiva manía de compararme con todos y todo?
¿Con qué necesidad?
¿Por qué no puedo ser feliz con lo que soy, con lo que tengo y dejar al otro en paz con lo que es y/o tiene?
¿Por qué quiero lo que tiene el otro?
¿Eso es envidia?
Para…
¿Soy envidiosa?
¿En serio?
¿Envidiosa por qué?
¿O será que lo que me da bronca es que el otro no sufra como yo tuve que sufrir?
Uno… ¿Cómo hago para saber que el otro no sufrió más que yo?
Dos… ¿Quién soy yo para decir que yo sufrí más o menos que el otro?
Tres… ¿Alguien me dio una vara con la cual medir el sufrimiento?
Cuatro… ¡PARA!
¿Si deseo que al que le va bien sufra como yo sufrí, eso no es resentimiento?
¿Encima de envidiosa soy resentida?
No, no, no, no.
«Cuando empieza a doler
“Modus operandi” extraído de “La triste historia de tu cuerpo sobre el mío”, de Marwan.
entonces escribo.
Cuando lleva un tiempo doliendo
entonces escribo.
Cuando deja de doler
entonces escribo.
Cuando no duele nada
entonces escribo sobre
cuando empezaba a doler,
cuando llevaba un tiempo doliendo
o cuando dejaba de doler.»
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