Para algunas personas yo no soy gorda, tengo panza. Para otras soy gorda porque mi IMC da 29 y algo. Es más, eso es sobrepeso, es decir, soy gorda. Independientemente de cómo vean, lo que importa es cómo yo me siento. Y yo me siento gorda. Igual lo de independientemente es mentira. Me siento gorda porque durante años me lo dijeron cuantas veces tuvieron oportunidad.
¿Qué pensás si te digo que no recuerdo que me hayan felicitado por algo más que no sea si bajé un poco de peso? ¿Y si cuando, por ejemplo, terminé el secundario con un promedio de 8,61 lo que escuché fue un “qué bueno, ahora poné energía en bajar de peso”? Y así tengo recuerdos y situaciones por mil.
Hoy que entiendo por qué no tengo autoestima, que entiendo por qué no confío en mí (ni en nadie). Hoy estoy trabajando en resignificar mi historia. En hacer que todas esas frases y situaciones no me definan ni definan mi presente y futuro. Que un número en una balanza no me defina. Que la forma de mi cuerpo no me defina. Que las miradas de las personas no se transformen en la voz actual de aquellas personas que me hicieron tanto daño.
Hasta hace unos días la tarea de aceptarme como soy, amarme y respetarme me parecía prácticamente imposible. ¿Cómo voy a aceptar este cuerpo que fue usado y abusado tantas veces? ¿Cómo voy a amar este cuerpo si por él me insultaron, me humillaron? ¿Cómo voy a respetar este cuerpo si parece que es el motivo de tanto dolor?
En octubre de 2016, cuando comencé por vigésima vez terapia, estaba en un momento de mucho dolor. A menos de quince días de que muriera Pioja. A cuatro meses de haberme separado de mi pareja. Con toda esa angustia en mi cuerpo y cuando me preguntó por qué quería empezar terapia lo que dije fue: porque no quiero ser más gorda.
NO QUIERO SER MÁS GORDA.
Cada vez que recuerdo esa sesión, se hace un nudo en todo el cuerpo. El grado de daño que hicieron en mí como para que frente a situaciones dolorosas, lo que me provoque ir a terapia sea no querer ser más gorda.
¡Cómo si ser gorda fuera un delito! Bueno, en esta sociedad sí lo es.
El jueves pasado fui a una reunión sobre activismo gordx. Si me preguntás bien a qué fui, no lo sé. Si sabía que iba a escuchar, tampoco. Me imaginaba muchas personas gordas hablando de sus experiencias. Quizás quería escuchar cómo otras personas hicieron para aceptarse y amarse. Como si hubiera una receta mágica.
Se habló de muchos temas. Muchas experiencias. Mucho enojo exorcizado. Pero me quedo con una frase que dijo Señorita Bimbo. No tengo el textual El amarse y respetarse tiene que ver con no reproducirnos a nosotrxs mismxs lo que nos dijeron e hicieron durante tantos años. No tratarnos mal. Y automáticamente pensé en todos esos años que me levantaba y lo primero que hacía era mirarme al espejo, levantarme la remera y centrando la vista en mi panza decirme “sos una gorda de mierda, mirá cómo estás, no cambiás más” y tantas cosas horribles.
¡¿CÓMO VOY A TENER GANAS DE VIVIR SI MIS DÍAS EMPEZABAN ASÍ?!
Hará un año y medio que no lo hago. Me miro al espejo para estar peinada o lavar el rostro. Pero ya no me digo cosas feas. Tampoco cosas lindas. Pero paso a paso dicen.
Cuando me dicen que si yo me la creyera un poco más, me llevaría el mundo por delante pienso en que para creerme una persona debería lograr bajar de peso. Es así, funciona así mi mente. Es que desde que tengo 12 años que me han hecho mierda la autoestima. Y no hablo de personas extrañas, hablo del núcleo más íntimo de mi “familia”. Me costó años tener la valentía para admitir que quien me enseñó a no comer más que una manzana, a vomitar después de comer y a tomar diuréticos y laxantes fue mi abuela. No era por miedo que no lo quería reconocer, era por dolor. Se que hay todo tipo de abuelas, pero me duele mucho no haber tenido una que, por lo menos, no me enferme de odio y rechazo a mi cuerpo.
Cada vez que quiero reconocerme algo, aparece esa voz que me recuerda que sigo sin poder dejar de ser gorda. Como si todo en mi vida fuera eso. El peso, un número en una balanza. Y que mi vida está en pausa hasta que baje de peso. No me enseñaron a disfrutar la vida. Solo a odiarla. Y ahora que quiero cambiar esos patrones de conductas, siento que me metí en una casa con cientos de puertas y que cada una que abro, me encuentro con un monstruo con el cual luchar.
Al final está todo relacionado. Cuando empiezo a leer y releer lo que escribí, todo tiene que ver.Y tiene que ver con ese rechazo, con ese odio, con ese maltrato constante que recibí por ser gorda. ¿O estar gorda? ¿Cuál sería la diferencia? Me imagino que “estar gorda” habla de un momento y que se puede cambiar y el “ser gorda” es algo para siempre.
¿Será así?
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