Se siente tan liberador entenderse a una misma. Tener en frente como los patrones de conducta y poder verlos. Analizarlos. Hasta odiarlos para luego darse un abrazo bien fuerte. Para decirles que está bien, que hasta acá hicieron su trabajo pero que es hora de evolucionar. Es momento de aprender que ya no estoy en el mismo lugar, ya no estoy en las mismas situaciones, ya no estoy en peligro.
Crecí en un entorno violento. De golpes, insultos y odio. Cuando sos una nena no entendés por qué todo es así. No entendés por qué te pegan. Es que no hay justificación, está claro. Pero hay una necesidad de saber qué cosas son las que pueden tener un castigo (físico o no). En mi caso no. Siempre habías golpes sin motivos. El deporte número uno era llegar de trabajar y pegarle un sopapo a la nena.
Nunca entendí que hice mal para merecer todo eso. ¿Es posible hacer todo mal? ¿Es posible que no sirva para nada porque todo hago mal? ¿Es posible que no sirva para hacer felices a las personas que me rodean y por eso la violencia y el rechazo y el mirar para otro lado, hacer de cuenta que no existo?
En el medio hubo situaciones que empeoraron todo. Que lejos de ser un alivio, me cargaron con más dolor, con más miedo.
Había días que él quería hacerme una caricia en la cabeza. Y yo, en un acto de supervivencia, levantaba el brazo para protegerme de un posible golpe. Eso lo enfurecía y la mano que iba a usar para acariciarme se transformaba en cemento que chocaba contra mí.
Durante muchos años fue difícil querer acariciarme sorpresivamente. El acto de supervivencia estaba siempre listo para defenderme. Incluso con las más personas más íntimas fue así.
Es el dia de hoy que me cuesta el contacto físico de un simple abrazo. Y es el día de hoy que vivo a la defensiva. Sin creer en el amor puro. Siempre pienso que el golpe viene después. Ahora los golpes son palabras. frases. No me relajo nunca.
Nunca supe qué hacía mal para recibir tanto dolor. ¿Acaso hacía todo mal? ¿TODO? Y así crecí. Creyendo que hacía todo mal. Y que por hacer todo mal, después venía el castigo. Castigo representado en múltiples acciones.
No es que no soporto la crítica, le tengo terror al castigo.
No es que creo que hago todo bien, quiero que esté bien hecho para no recibir un golpe.
Y si hice algo malo y me doy cuenta, no quiero que sepa, me da miedo.
Todo esto fue cambiando en los últimos años. Bueno, no. No cambió de la nada.
Me fui animando a reaccionar de otra forma, a hacer cosas que me producían mucho miedo. A decir que no. A decir que no me gusta. A decir lo que pienso sabiendo que del otro lado no iba a agradar. A decir lo que pienso sin miedo a equivocarme. A equivocarme. A replantearme lo que quiero. A respetar mis emociones. A hacer respetar mis decisiones. A sentirme fuerte. A llorar cuando lo necesito. A reírme cuando pueda y quiera.
Todo eso me fue dando poder, fuerza, ánimo, valor.
Hoy entiendo el por qué de mis conductas. El por qué de mis emociones. Hoy me entiendo. Y me abrazo. Y lloro junto a esa nena llena de miedos. Hoy la puedo abrazar y decirle que ya está. Que ya pasó. Que fue injusto lo que nos pasó. Pero ya pasó. No hace falta seguir estando a la defensiva. No hace falta estar en alerta y con miedo todo el tiempo. Que si algo malo nos sucede hoy, es diferente y tenemos otras herramientas para afrontarlo. Que merecemos que nos pasen cosas buenas.
No podía decir que no algo porque después venía el castigo. No podía hacer algo mal porque después venía el castigo. No podía decir que no me gustaba o no estaba de acuerdo porque después venía el castigo. No podía dejar para después algo porque después venía el castigo. No podía olvidarme de algo porque después venía el castigo.
Siempre buscando excusas para que no parezca que lo hice mal. Siempre buscando excusas para que del otro lado no se enojen. Siempre poniéndome al final de la lista. Creyendo que valgo menos o que no valgo. Siempre con miedo a no llegar, a no poder. ¡Las veces que no hice algo o que ni siquiera lo intenté por miedo a no poder o a hacerlo mal!
¿Sabés qué asfixiante es vivir sintiendo que todo es una amenaza?
Nunca entendí el por qué de los golpes. Ya se que no hay justificación. Pero a veces pienso que me gustaría que hubiera sido por alcohólico. Aunque pegar, insultar y denigrar a tu hija también debería ser considerado una enfermedad. Es que no me entra ni en la mente ni en el cuerpo tanta maldad, tanta violencia.
Una vez tuve respuesta a por qué. “Para hacerle mal a tu madre”.
Recuerdo que en ese momento le dije que lo perdonaba porque no quería vivir con rencor en mi alma pero que no quería tener más relación con él porque me hacía mal.
Años más tarde pude decir que no. Que no se si lo perdoné de verdad. Que no se si se puede perdonar tanto dolor. Son años y años. La última vez que me pegó tenía 15 años. Pero la violencia verbal y psicológica la siguió ejerciendo por casi 13 años más.
Y aún ya pasaron siete años de su muerte y todo lo que hizo todavía repercute en mi vida. Porque todos los días lloro un poco. Porque tengo el alma ahogada en lágrimas que no pude derramar por miedo. Porque más trabajo este tema, más recuerdos, imágenes y situaciones aparecen.
Porque es el día de hoy que me cuesta quererme. Que siento mi cuerpo como algo extraño que permitió que sintiera mucho dolor. Y que el reflejo del espejo devuelve algo que no me gusta, que odio. Porque también fue motivo de violencia.
Pero estoy en el camino que quiero, que elijo. Estoy comprometida conmigo misma. Y con esa nena en el rincón con un ataque de angustia que no entiende nada. Acercarme, abrazarla y decirle que que ya está. Que ya pasó. Que fue injusto lo que nos pasó. Pero ya pasó. No hace falta seguir estando a la defensiva. No hace falta estar en alerta y con miedo todo el tiempo. Que si algo malo nos sucede hoy, es diferente y tenemos otras herramientas para afrontarlo. Que merecemos que nos pasen cosas buenas.
Foto de Artem Saranin en Pexels
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