Recuerdo la fecha porque mi diario íntimo no me deja mentir ni olvidar. Fue el 13 de noviembre de 1999. Ya habían pasado más de dos semanas de mi cumpleaños número 15 y el divorcio de mi padre (porque no solo mi madre se separaba, yo también quería hacerlo) era un hecho.
Es más, ya no lo reconocía como persona que pudiera decirme qué hacer y qué no. ¿Obedecer una orden de él? ¡Nunca más!
Del otro lado de la puerta estaba el que en ese entonces era mi novio. Me estaba esperando para que saliéramos. ¿A dónde? No recuerdo. Él sabía que el mejor plan era sacarme de esa casa.
Se puso delante de la puerta y no me quería dejar salir. Por esos días, o desde que tengo uso de razón, las lágrimas las tenía a flor de piel. Me insultó por estar llorando y me amenazó con no dejarme salir si no paraba de llorar.
Y no pude. No porque no quería, sino porque tenía inundada el alma. Ya no entraba un dolor más en mi, ya no tenía lugar para una nueva herida.
Me dijo que no podía salir hasta que no mejorara la cara y cuando se estaba yendo, saqué fuerzas de donde no creí tener, y encaré para el lado de la puerta. La abrí y crucé ojos con mi novio. Él ya sabía que algo no estaba bien. Ya conocía la historia y, seguro, algo había escuchado.
Me llamó por mi nombre completo a los gritos. Un látigo frío me recorrió la espalda. Mi corazón empezó a bombear el doble o triple de sangre. Sentía mis latidos en la sien.
Tragué saliva y volví.
Hay veces que cuando repaso esta escena me pregunto por qué carajo volví.
Apenas entré, sentí una cachetada en mi rostro.
Cuánto odio recorrió mi cuerpo. Ahora eran mis ojos los que se transformaban y mostraban el fuego de mi alma ya cansada de tanta violencia.
Puse mis manos sobre mi mejilla y le dije con una seguridad que todavía no se dónde salió:
– “Es la última vez que me pegas, la próxima te denunció y no me importa nada lo que te pase. Ni a mi, ni a mis hermanos, ni a mi mamá nos vas a volver a poner una mano encima, aunque sea lo último que haga.”
Me di media vuelta y me fui. Lo agarré de la mano a mi novio y le dije que no fuéramos rápido.
Estuve escondida durante horas, esperando a que mi mamá volviera de trabajar para entrar a la casa. No es que fuera una garantía que no tuviera mi castigo por mi comportamiento, pero sabía que mi mamá podía llamar por teléfono a alguien para que nos protegiera.
Esa fue la última vez que me pegó. Hubo momentos, años después, que vi en sus ojos esas ganas y ansias de levantarme la mano y ejercer violencia física sobre mí. Pero no lo hizo.
Tuvo que contentarse con los insultos y amenazas hasta que llegó el día en que volví a sentir esa seguridad de decirle que era la última vez que se lo permitía.
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