Apenas abrí los ojos, me llamó la atención el color de cielo que podía ver a través de las hojas de la enredadera que hay en la ventana.
Los volví a cerrar y reflexioné sobre el color. ¿Rosa? ¿Rojo? ¿Naranja?
Se me pasó por la mente la posibilidad de que sea un atardecer y haya dormido más de 18 horas. Pero no, por ese lado de la casa, sale el sol.
Abrí los ojos de nuevo y me quedé mirando un buen rato todas las figuras que formaban las hojas y los diferentes tonos del exterior.
Me levanté, caminé hacia el lado opuesto de la casa donde está la cocina y levanté las persianas. El cielo era un gris macizo y se iba esfumando hasta transformarse en una linea negra a lo lejos.
De un lado, colores cálidos, vivos, como el rosa, rojo y naranja. Del otro lado, colores apagados, «muertos» como el gris y el negro.
El cielo me acompaña. No puedo dejar de relacionarlo.
Hoy no iba a escribir sobre la muerte de él por dos motivos.
El primero, porque no creo en eso de que deba recordarlo y mencionarlo en la fecha de su muerte o cuando sería su cumpleaños.
El segundo, porque no me gusta que le haya sacado «protagonismo» a mi mamá, que hoy cumple años.
No me siento bien conmigo el hecho de «caretearla» (perdón, no se me ocurre otra palabra y me gusta escribir de forma espontanea) con estar hablando de él solo porque hace tres años, un día como hoy, dejó de existir fisicamente.
Ya lo dije, hoy no quiero escribir sobre él. Tengo decenas de publicaciones por la mitad, esperando que ponga en palabras, lo de adentro hacia afuera, lo que quedó por decir.
Directamente, hoy no pensaba escribir.
Pero, ver el cielo por la mitad, ver los dos lados del cielo… de un lado, colores vivos, del otro lado, colores muertos… ameritaba que dedique unas palabras y agradecer por hacerme sentir acompañada.
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