Una mitad menos

  ¿No era suficiente con ser tu hija como para que me quieras?   ¿Cómo se puede estar enojada con un muerto? Estar enojada con vos es estarlo con una parte mía, la que te copió, la que se creyó que tenía que ser igual que vos para agradarte.   Hoy empiezo a entender, o […]
Escrita el 30 de septiembre de 2015
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¿No era suficiente con ser tu hija como para que me quieras?

 

¿Cómo se puede estar enojada con un muerto? Estar enojada con vos es estarlo con una parte mía, la que te copió, la que se creyó que tenía que ser igual que vos para agradarte.

 

Hoy empiezo a entender, o eso quiero creer, que me querías a tu manera. Aunque la rechace completamente como forma de ser y de demostrar sentimientos.
Capaz me es más fácil de digerir todo si intento aceptar tu forma contrario a pensar que directamente no me querías. Si. Es más fácil porque, sino, inmediatamente viene una pregunta sin responder: “¿Por qué?”.
Leí por ahí que uno de grande repite lo que vivió de chico. Que cuando una persona adulta es violenta, es porque no pudo resolver las situaciones de violencia de su niñez.
Entonces me pregunto, ¿vos viviste lo que me hiciste vivir? ¿De parte de quién? ¿También de tu papá? ¿De ese abuelo que tenía como favorito hasta que murió y se descubrió que era un mentiroso? No me extrañaría.
Tuve la oportunidad de preguntar si vos viviste una infancia como la que nos hiciste padecer y me dijeron que no. Que nunca te levantaron la mano, salvo dos o tres veces. No sé por qué me sabe a mentiras.
¿Qué se puede esperar de las personas que sabiendo lo que hacías, miraron hacia un costado como validando tus actos?
Me llevó mucho tiempo poder entender por qué había una parte de mi que rechaza a los otros integrantes de mi familia.
Hoy lo tengo muy claro: no quiero tener relaciones con aquellos que fueron cómplices de que viva en una verdadera pesadilla.
Todas las mañanas me despertaba queriendo morirme, pensando que así era la única manera de que todo termine.
Llorar en silencio y suplicarle a ese ángel de la guarda al que me hacían rezarle, que por favor se apiade de mí y mis hermanos.
Y cada vez que escribo sobre vos, o que te escribo sabiendo que no vas a leerlo, me siento una verdadera y completa idiota. Pero lo hago porque me libero, porque me limpio, porque quiero que se sanen cada una de mis heridas, hasta esas que mi memoria e inconsciente se encargaron de esconder muy profundo.
Me preguntaron si no me da vergüenza de publicar esto y que lo lea cualquiera o incluso esas personas que menciono sin nombrar.
No.
Más vergüenza me daría pegarle y maltratar a un niño.
Más vergüenza me daría saber que están ejerciendo violencia infantil sobre un nieto, sobrino, primo, etc. y mirar para otro lado.
Más vergüenza me daría callar y no denunciar, aunque sea a través de un blog, todo lo que sufrí.
Más vergüenza me daría hacer de cuenta que no paso nada y usar una careta frente al mundo.
¡No! ¡Esta soy yo! Esto me pasó a mí, en primera persona. Es mi historia.
¿Es mi historia? ¿O es la historia que me hicieron vivir?
¿Esta es la historia que quiero para mí?
¡No! Y por eso la escribo. Porque quiero cerrar capítulos. Porque quiero dar vuelta la página. Porque, a partir de que puedo sacar hacia afuera todo lo que tengo pegado adentro, entendí que así puedo salir hacia adelante.
Existe por ahí la frase de que cada persona es mitad de la madre y mitad del padre. Algo así como un 50 y 50.
Me cae muy mal esa frase. Yo no quiero ser como mi padre.Todos los días peleo con esa mitad de los genes que llevo en mi sangre que cargan con tanta violencia, con tanto rencor y así una lista de emociones negativas (que algún día enumeraré).

 

Yo me siento una persona mitad menos.
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