Dentro de mi mente

Un estudio médico bastante invasivo generó un movimiento de emociones y pensamientos que intenté describir e interpretar.
Escrita el 5 de septiembre de 2019
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Hay veces que me despierto como si tuviera resaca. Son esos días, como hoy, que a las 5:30 me desvelé y me volví a dormir a las 6 y me desperté a las 7:50 (50 minutos más tarde lo normal). Entonces me despierto como si no entiendo nada, como si hubiera dormido poco. Tengo los ojos hinchados y el cerebro parece que no quiere arrancar. 

Esas mañana que me volvería a dormir para ver si me despierto como siempre, con ánimo y ganas pero que sé que sería peor el remedio que la enfermedad. 

Encima el día no ayuda. Está nublado, hace frío. Estoy peleado con la fuerza de la vagancia interior para no recostarme en el sillón a pasar el tiempo con el celular hasta que me tenga que ir a terapia. 

Me senté y casi que me estoy obligando a escribir. Y sí, por algo estoy describiendo cómo me siento y lo que estoy pensando. 

Hubo una voz en mi mente que dijo “adelantá trabajo”. Otra que la retó con un “dejate de joder, hacé otra cosa”. Y yo que dije “es verdad, siempre laburando, hagamos algo para nosotras”. 

¿Ya les dije que consulté con mi psicóloga este tema de las voces? Estaba segura que no se trata de un síndrome sino de algo normal. Pasa que una que no escucha las voces de las otras personas y tampoco es que anda preguntando cómo son.

Ayer fui a hacerme un estudio con un nombre que voy a tener que googlear para escribirlo bien. 

 

NASOFIBROLARINGOSCOPÍA. 

 

¿Que por qué tenía que hacerme ese estudio? Para ver porqué ronco todas las noches. Y no, roncar no es normal. Y tampoco el sobrepeso es el único motivo por el cual podés roncar. ¿Que si yo me despierto con mis ronquidos? Por suerte no. Tengo un sueño muy fácil y bastante pesado. 


¿En qué consiste? Bueno, básicamente el o la médica te pone un cañito por las dos fosas nasales, que tiene un cámara y que eso le permite ir viendo por dentro. ¿Qué va a ver además de mocos? Y en mi caso, notó que tengo el tabique desviado del lado derecho y que tengo una nariz de alergia. Sí, así me dijo. No creo que se el término médico pero me lo dijo para que lo entienda yo. ¡Y lo entendí! Porque desde que vine a vivir a la Ciudad de Buenos Aires (allá por el 2000) empecé a tener alergia a prácticamente todo: polvo, polen, pelos de perros y gatos, peluches, cortinas, alfombras, perfumes. Y no, antes de esa edad no padecía esto.


Quizás estás pensando que lo del cañito no es tan grave pero para alguien que tiene miedo de confiar en personas desconocidas y más si tengo que dejarles el control de mi cuerpo, en el sentido que pueden causar dolor o hacerme cosas que no me gustan, es algo bastante traumático. 

Apenas empezó a poner el cañito por la nariz comencé a hacer sonidos de queja. Me dijo que me quede quieta porque me podía hacer mucho daño si me movía. Y ahí está, ahí la cagó. Porque inmediatamente entré en pánico. En mi cabeza aparecía imágenes de que iba a terminar con el cañito perforandome el cerebro. O que al salir me iba a romper la nariz y no iba a poder respirar y me moría ahogada. 

 

Sacó el cañito y me intentó explicar todo el procedimiento de nuevo. Ale estaba en el consultorio. Le había pedido que me acompañe y, por más chistes que hizo el médico, decidí que entrara al pequeño consultorio. Él hacía de traductor del médico. Suavizaba los términos para calmarme. Algo que costó porque rompí en llanto diciendo que no podía, que me daba mucha impresión y mucho miedo. 

Para el médico era algo incomprensible. ¿A qué le tenía miedo? ¿Por qué estaba tan nerviosa? Para Ale era algo completamente normal. Él ya sabía que yo me imaginaba el cañito rompiendo dentro de mi cabeza. Él sabía que yo flasheaba con lo que le pasó a Débora Pérez Volpin. Él sabía que había que tenerme un poco de paciencia. Que cuando pasara el primer momento de impresión, nervios y angustia, iba a poder pensar más claro.

 

La tercera vez intentó por la fosa nasal derecha. Ahí se dio cuenta que la otra es más pequeña y que por eso la sensación del cañito se sentía más. Me dijo que tengo el tabique desviado. Que aguante un poco más que tenía que entrar cinco milímetros más. Yo le apretaba muy fuerte la mano a Ale que seguía repitiendo lo del médico. En ese momento tenía ganas de decirle dos cosas: se que lo que son cinco milímetros pero al mismo tiempo que recuerde que soy malisima con las distancias y que en ese momento estaba luchando con la imagen de que cinco milímetros era mucho y que iba a terminar con el cerebro perforado y el cañito por la nuca. 

 

Al final eso no pasó (claro está porque estoy escribiendo esto) e intentó por la fosa izquierda. Pero yo ya tenía la información de que iba a sentir más. No sirvió de mucho porque la mano la seguía apretando muy fuerte y porque los miedos eran peores. “Faltan cinco milímetros, tres, uno”. Y para mí eran eternidades contadas en milímetros. ¿Si tan poca es la distancia por qué tarda tanto? Son esos momentos que los segundos se convierten en años. 

Me tuve que bancar la frase “¿Viste? Al final no fue tanto”. Cómo se nota cuando la otra persona no tiene las más mínima idea de todo lo que ocurre dentro de nuestros cuerpos, nuestras mentes. Yo sentía que me derrumbaba en cualquier momento y el médico festejando que pudo hacer el estúpido examen de nombre difícil. Y yo que me vanagloriaba de poder decir sin trabarme “otorrinolaringología”. 

Ahora venía la última parte. La de la garganta. Este cañito era más grueso. Le dije que tenía miedo porque tengo las arcadas muy fáciles. En ese momento, mi mente empezó a mostrarme imágenes de cuando me auto provocaba el vómito después de comer. Sí, ya sé que es por eso que tengo el reflejo muy sensible. Que incluso lavarme las muelas me lo provoca. 

 

Se dio una situación bastante… incómoda (por no decir otra cosa). Me explicó que me iba a tirar un spray que es una anestesia, que se me iba a dormir la zona, que iba a tener la sensación de que se me cerraba la garganta pero que tranquila que iba a poder respirar igual. Listo, ya estaba imaginando cómo me moría ahogada en ese momento.


Me pidió la lengua, me dijo que él la iba a agarrar con la otra mano. Que deje la lengua relajada. ¿Qué mierda es dejar la lengua relajada? En ese momento pensaba en las clases de yoga al terminar, cuando te dicen que recorres cada centímetro de tu cuerpo y que lo relajes. Nunca supe cómo relajar los dedos de los pies. O cuando te dicen que relajes la mirada. Sepan disculpar, pero una persona que vivió años de su infancia y adolescencia sintiéndose en una trinchera y con riesgo de morir es muy difícil que baje la guardia. 


Me miró serio y me dijo que me tranquilice, que le de la lengua y con cara como de enojado me dijo “ahora soy yo el dueño de tu lengua”. Inmediatamente lo miró a Ale y le dijo “disculpame”. Yo en ese momento tenía ganas de usar a mi favor el estar sentada en la camilla y tener sus testículos a la altura de mis rodillas. Se los iba a poner de sombrero. 


Después hago mención sobre la machiruleada de pedirle disculpas a Ale, como si él fuera el verdadero de dueño de mi lengua. Pero en ese momento tenía ganas de decirle que todo lo que estaba pasando, los nervios, el estrés, la angustia, el miedo, que todo es consecuencia de haber sufrido abuso sexual de niña. Sí, niña. Tenía nueve años. Y que además tuve un padre violento y golpeador. Que decirme que es dueño de una parte de mi cuerpo hacía que se activen las alertas rojas y de máxima seguridad, que justamente era lo peor que podía decirme, que seguramente reprobó pedagogía en la carrera. O directamente no la cursó, que entiendo que no era una paciente “fácil” pero que antes de paciente soy una persona. Que lamento que en la historia clínica no aparezcan todos mis miedos y traumas como para que él sepa cómo tratarme. Que igual se tendría que haber dado cuenta cuando una mujer de 34 años le pidió que su pareja entre al consultorio. 


En fin. Todo eso con el caño en mi garganta mientras me pedía que diga “E” y que haga que tomaba mate y como si tosiera. 


Salí del consultorio. Largué toda la angustia contenida. Ale me abrazó. Me dijo lo obvio, que ya todo había pasado y que soy valiente. Que ahora está todo bien, son 20 minutos con la garganta dormida y después listo. Pero yo lloraba igual, como una nena. Lloraba todo lo que no había podido llorar en el momento. Una especie de festejo de haber superado ese estudio horrible. Y sí, algunas personas festejan con champagne y risas y yo festejo descargando todas las emociones que no pude manifestar porque sino el médico se negaba a hacerme el estudio (que ya había pagado además).


Y cuando escribo esto pienso en que alguien que se va a hacer el estudio pude leerlo y le de miedo. Pero también pienso que ya sabiendo cómo es antes de ir, pude hacer un poco mejor la situación. Tener la información y no dejar que sea la mente la que rellene con fantasías ayuda mucho. Cuando estaba yendo al Sanatorio un poco me arrepentía de no haber googleado y visto videos en YouTube. 


También pienso que esto lo pudo haber leído alguien que conoce y reconoce actitudes en alguna persona cercana. Y que, entendiendo que es algo que no podemos manejar sino que la mente nos juega en contra, pueda acompañarla desde otro lugar. 


Y lo escribo para mí también. Porque descargo y dentro de un tiempo, puede que vuelva a leer este texto y me pueda reir muy fuerte. 



Fuente de la foto destacada.

 

 

 

 

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