Hablame con amor o callate por favor

La tortura de vivir con una voz en la mente que está todo el tiempo insultándote y haciéndote sentir mal. Pero desde que empecé a conocer esa voz, la resignifico y hasta estoy logrando que no sea tan fuerte.
Escrita el 16 de mayo de 2018
Inicio 9 Diario (no) íntimo 9 Hablame con amor o callate por favor

Y acá estoy otra vez, una madrugada desvelada escribiendo para liberarme.

Es que últimamente estoy trabajando en hacer consciente muchas actitudes y eso un poco me deja la mente en una licuadora de pensamientos que, por momentos, me atormentan.

Ayer, en unas de las tantas veces del día en que esa voz de mi mente me estaba acusando de hacer mal las cosas o de no servir para nada, me encontré gritándole (dentro de mi mente) que se calle de una vez por todas, que me tiene cansada.

Y me largué a llorar. ¿Por qué? Porque esa voz es mía también. Y porque sentí que es toda una tortura vivir así, intentando salir adelante y que sea tu propia mente, o una parte de ella, la que está ahí boicoteandote y como esperando a que realmente fracases para regodearse en tu dolor.

No. No estoy loca por hablar así de una voz que escucho en mi mente. No es que escucho voces de otras personas. Se que esa voz es mía pero que en realidad es el discurso que me escupieron las personas cercanas a mí desde infante hasta hace muy poco tiempo, en algunos casos.

Pero necesito escribirlo. Necesito ordenar todo lo que hay en mi mente.

Desde que tengo memoria escuché que no sirvo para nada, que no hago bien las cosas, que todo lo que opino es una mierda, que mi ideología merece ser extinguida, que mis luchas no valen la pena. Eso sumando todos los comentarios negativos que se puedan imaginar sobre mi cuerpo. Desde que no seré feliz nunca si soy gorda hasta que malgasto mi inteligencia porque no se puede tener en cuenta si tengo por arriba de cinco kilos de más.

Cuando alguien me dice que hago/hice bien algo o que le gusta/gustó lo que hice, sonrío… como la mayoría debe hacerlo. Pero automáticamente aparece esa voz en mi mente diciéndome cosas como:

– “Seguro es mentira, vos no hacés nada bien.”
– “Cómo vas a hacer algo bien si sos gorda.”
– “Cómo vas a hacer algo bien si sos mala persona.”
– “Bueno, por lo menos hacés algo bien pero en cualquier momento la cagás.”
– “No te creas lo que te dice, seguro te está mintiendo para aprovecharse de vos.”

Y si yo le respondo o directamente intento no hacerle caso y hasta pongo en riesgo mi audición con música bien alta para que no escuchar nada de nada, la cosa suele ponerse peor. Incluso hasta de mostrarme imágenes de cosas o hechos que me dan miedo.

Parece que lo único que le importa a esa voz es verme llorar. Es verme desplomarme en un llanto ahogado de tanta angustia pidiendo que por favor pare, que no aguanto más.

A pesar de convivir con mi propio enemigo, desde hace casi seis años que estoy trabajando en lo que se conoce como “salir adelante”. Es decir, en sanar mi historia para que deje de ser un yunque que me arrastra al fondo del pozo oscuro.

Desde hace un año y medio para acá, la revolución fue y es más fuerte. Porque si ahora puedo escribir esto, a pesar de todo lo que está pasando en mi cabeza en estos momentos, es porque avancé muchísimo en conocerme y hacer consciente esto que me pasa.

Exponerme a situaciones nuevas, hacer cosas que creí que nunca iba a poder hacer o que no eran para mí, creer que a mí también me pasan cosas buenas y disfrutarlas, armar proyectos y hacer una lista de las cosas que quiero hacer y pensar cómo llevarlas a cabo (aunque a veces demore hasta años hasta poder hacerlo). Todo eso para mí implica tener una fuerza de voluntad ENORME.

Y sí, seguramente pensás que obvio que se necesita fuerza de voluntad inclusive para salir de la cama. Sí, pero en mi caso, me doy cuenta que puse enorme en mayúsculas porque ahora entiendo (o me entiendo) las veces que dudé en hacer algo nuevo y que sigo dudando. Y hasta inclusive, continuarlas una vez que empiezo a hacerlas. Y es porque me tengo miedo a mí misma, a esa voz.

Si a veces me cuesta arrancar en un proyecto nuevo es porque sé que va a ser una tortura escuchar a esa voz en mi cabeza todo el tiempo tirándome para abajo, todo el tiempo esperando a que me equivoque en lo más mínimo para festejarlo.

Y lo de arrancar un proyecto nuevo vale también para creer que hago las cosas bien o que aprendí y crecí mucho a nivel personal y profesional en el último tiempo.

A mí la felicidad de un logro me dura poco. Y sí, lo digo con los ojos llenos de lágrimas pero es así. Me dura poco porque enseguida aparece ahí, para recordarme todo lo que me falta, todo lo que no tengo. Basada en discursos de personas que ya ni tengo cerca (por decisión propia, no por suerte).

Al principio creía que contarle mis debilidades a otras personas me hacía aún más débil. Era como decir “con esto me podés lastimar”. Claro, pero era porque estaba rodeada de personas que me hacían mal. Y estaba acostumbrada a eso. Y creía en eso.

Hoy no. Hoy me rodeo de personas y elijo personas que, sabiendo mis debilidades lo que hacen es apoyarme. Y entonces me dicen cosas buenas. No porque sí, esto no es una búsqueda de frases lindas para alimentar el ego. No es adulación.

Imaginate estar todo el tiempo escuchando, una y otra vez repetir que hacés las cosas mal y que no servís para nada. Y viene alguien y te dice que le gustó algo que hiciste. O mismo con hechos (aunque reconozco que me cuesta más darme cuenta en esos casos). O que te reconozcan que estás avanzando en determinada actividad.

No sé, por momentos me siento fatal porque me leo y digo “wow, cómo algo tan básico sea algo tan importante”.

Desde que quiero aprender algo o hacer algo nuevo hasta que lo hago pueden pasar meses, años. Bueno, años ya no. Cada vez voy ganando más confianza en mí misma y me animo a hacer cosas nuevas.

Pero si dudo no es solo de mi capacidad porque no tengo confianza en mí misma. También dudo porque se que es exponerme a esa voz de mierda que se que me va a tirar abajo las 24 horas, todos los días. Sí, incluso cuando estoy durmiendo porque “hola, vos soñás con algo lindo y yo sueño que hago algo que destruye todo y se enojan conmigo y me dejan sola”.

Voy a poner un ejemplo que es actual. Hace tres meses empecé con yoga. Durante años quise hacer yoga. Iba a una clase y no iba más. Hasta el siguiente año que lo intentaba de nuevo y no, no volvía. Intenté hasta hacerlo viendo videos de YouTube y tampoco.

¿Por qué? Porque esa voz supo ser muy cruel conmigo. Imaginate, rodeada de cuerpos que, en su mayoría, son los que debería tener para ser exitosa y feliz en la vida (no es que así lo crea, así me lo hicieron creer y si bien conscientemente lo tengo claro, para esa voz lo más importante en el mundo es ser flaca y linda… después vemos cómo llegamos a ser felices y exitosas). Pero vuelvo, rodeada de cuerpos que hacen que esa voz me recuerde que hasta que no tenga esos cuerpos no voy a ser feliz y exitosa. Y encima, ni siquiera puedo poner el pie encima del muslo cuando me siento porque me quedo a mitad de camino.

“Buena para nada, lo único que hacés es ponerte en rídiculo, ¿con qué necesidad? Como te gusta pasarla mal y quedar en evidencia. Mirá, mirá cómo ella se ve esbelta haciendo esa postura y vos, vos te ves terriblemente mal. Bajate la remera que se te ve todo, qué asco, así te ves (y es el momento en que aparecen las imágenes, sí… es como tener una cámara que te filma y te muestra como teóricamente te ves desde todos los algunos posibles), no vas a poder nunca hacer eso, para qué te esforzás, no sirve de nada.”

¿Sabés que fue lo que empezó a darme ánimo en hacer yoga? Ver a Jessamyn haciendo yoga. Fue un… ¡Momento! ¡Si ella puede, yo también voy a poder! 

Y así es como una actividad que teóricamente debería darme placer se convierte en una tortura. En verdad la tortura es la voz de mierda esa. Y no, no es “simplemente no la escuchés”. Créeme que si fuera tan fácil como simplemente no escucharla, no estaría escribiendo esto.

Porque también para eso escribo y expongo lo que me pasa en internet, a que cualquiera pueda leerlo con todo lo que eso significa. Porque así como capaz alguna persona se pueda sentir identificada con lo que me pasa, también puede que lea esto alguien que conoce que tiene una voz del estilo a la mía y entienda que decir “vos no la escuchés, no le des entidad” es hasta… no me sale la palabra. Pero quiero decir que es frustrante escucharlo y hasta es alimentar a la voz… ¿por qué saben qué hace la vocecita? Se agarra de eso para decir “ves, ni siquiera servís para callarme”. O sea, ¡es alimentar el monstruo!

La intención de estar escribiendo esto tampoco es decir que la culpa o responsabilidad la tiene la persona que quiere ayudarte y te tira esas frases que empeoran la situación. Eso también lo entendí con el tiempo. Antes sonría y me quedaba callada. Ahora no, ahora expongo que las cosas no siempre son así y cuento lo que me pasa. Pero para visibilizar algo que sucede. Habrá personas que se lo tomen a bien e intentarán no hacerlo de nuevo. Y con esas personas elijo compartir momentos.

Tampoco la idea es decir “¿tenés una voz en tu mente que te tortura? Bueno, acostumbrate porque tu vida va a ser una mierda para siempre porque nunca vas a ser feliz”. No, no creo eso, ahora. Porque antes, antes sí lo creía. Pero desde hace un año y medio para acá, cada vez estoy más convencida que va a llegar el momento en que esa voz va a perder todas sus fuerzas y no podrá manipularme ni angustiarme.

¡Me da miedo por momentos enfrentarla eh! Ella tiene un montón de frases para repetirme una y otra vez. Y si las frases ya no surten efecto… tiene imágenes para reproducirme cual película de terror. Imágenes de lo que viví e imágenes que representan mis miedos. Y el mayor miedo que tengo es a morirme, así que imaginate lo que es capaz de hacer.

Pero igual la sigo enfrentando. Hay veces que no lo logro, que no tengo tantas fuerzas para dar batalla. Y lloro. Mucho. Antes no lloraba porque creía que era darle el gusto. Porque, además, todavía lloro con tanta angustia que me empiezo a sentir mal, no puedo controlar la respiración, me hiperventilo, se me tapan los oídos y siento que me voy a morir (mi peor miedo).

Desde hace unos pocos meses entendí que no me voy a morir de llorar ni de tener un ataque de angustia así que, lloro y mucho pero sabiendo que no le estoy dando el gusto a la voz sino, que todo lo contrario, me estoy descargando y me estoy haciendo un bien. Sí, resignifiqué el acto de llorar.

¡Ja! Un arma menos para la voz… porque no se trata de simplemente no escucharla. No. Se trata de escucharla para conocerla y, de esa forma, desactivarla, resignificarla o enseñarle que puede decirme cosas lindas y hablarme con amor. Y sí, parece que esa es la solución y que así se resuelve todo.

El tema es tener fuerzas, es estar rodeada de personas que te acompañen, es respetarte los momentos y quererte. Mucho. En eso estoy.


Fuente de las imágenes: Foto de Keenan Constance en Pexels | Pinterest | Pinterest | Pinterest 


0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Otros textos que escribí y te pueden interesar…

27 años de aquel día

27 años de aquel día

Hay días en la vida que nunca podremos olvidar. Momentos en los que parece que el tiempo se detuvo. Que nos morimos pero seguimos vivos.

leer más
Celebro cumplir 39 años

Celebro cumplir 39 años

Un mes antes de cumplir 15 años dejé de querer festejar mi cumpleaños y la vida misma. Hoy, después de un largo proceso, celebro cumplir 39 años.

leer más
Una buena noticia

Una buena noticia

Esperanza. Un motivo más para celebrar. Resultado que me motiva a seguir esforzándome por crear esa vida que quiero.

leer más